Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER | VICTORIANO CRÉMER

Cárceles

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VICTORIANO CRÉMER
León

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DICE EL TITULAR de la noticia: «Un recluso de la cárcel de León (Mansilla de las Mulas) hiere a un funcionario con un pincho, uno de esos medios de disponer su ley de interno a la ley y al buen sentido de quienes esperan verle de nuevo en posesión de sus derechos de hombres libres.

La cárcel, dígase lo que se quiera, es uno de los castigos más feroces de los que sirven para retener al delincuente al cual se le atribuyen entre otros, el delito de la insurgencia, de la anarquía, de la desobediencia civil.

En suma, es un reformatorio en el cual se encierran a quienes no han acertado a encontrar el estilo de vida en el cual les sea posible encajar. Y prefieren la profundidad y tremenda soledad de la prisión.

Conocí, en tiempos de curiosidad social, la existencia de un penado de Puerta Castillo, que era la Gran Carcelona histórica de León, que se hacía llamar Silvestre y que repetía por segunda vez su estancia en prisión, no porque se hubiera entregado al arrebato de hacerse con los bienes ajenos, sino porque, según su filosofía, dado que no encontraba trabajo digno, que no disponía de techo ni de lugar donde reclinar un cuerpo maltrecho, ni había tenido la suerte de dar con un alma cristiana que le tendiera una de sus dos manos, le parecía y filosóficamente así lo entendía que la Cárcel era la solución, su solución.

Y cuando los oficiales de prisiones y los guardianes de turno, se empeñaban en alejarle de la fachada o mejor de las escalinatas del lugar, el tal Silvestre se resistía, solicitando un puesto en el interior, su refugio, confesando haber cometido algún robo menor.

Y el infeliz conseguía después de mil manipulaciones y trampas, que efectivamente la dirección del centro penitenciario se apiadara de aquel mísero infeliz abandonado por la sociedad y en la carcelona de Santa Marina acabó sus días. Que los ángeles le hayan acogido con benevolencia. Porque era un buen hombre, Señor, y merecía un puesto a la lumbre siquiera. A Silvestre nunca se le hubiera ocurrido fabricar uno de esos pinchos que los reclusos suelen hacer a mano y restregando cualquier clavo contra la piedra hasta convertirla en una fina y mortífera cuchilla.

A Silvestre le bastaba con asistir a las clases de inglés o a la cacería de ratas. Y era feliz.

La carcelona solía concentrar hasta doscientos reclusos que aumentaban cuando se declaraba una huelga o se anunciaba la llegada a la Ciudad del Rey, que era motivo para que se encerrara a toda la grey andante y maleante. Con la política, por supuesto.

Hoy la cárcel cuenta con más de mil retenidos para un puñado de funcionarios, que no diré que se juegan la vida entre prisioneros sociales levantiscos, pero tampoco que sea centro de descanso y rehabilitación.

La cárcel no enmienda nada. Solamente los que son encerrados con los estudios hechos acaban por aprovechar la lección. Y no digo que conviene disponer de más cárceles, sino de menos retenidos.

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