Diario de León

A ESGAYA | EMILIO GANCEDO

Spanish way of life

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EMILIO GANCEDO
León

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LO DIJO Amadeo de Saboya, un rey de plexiglás, llamado para cubrir una plaza vacante en el palacio de Oriente, cuando vio la merienda de negros en la que le habían metido: «España, tan noble como desgraciada». A lo mejor resulta excesivo aplicarnos hoy tales calificativos, sobre todo lo de noble, pero no otras palabras que dejó escritas en el momento de su abdicación: «Si fuesen extranjeros los enemigos de su dicha, entonces al frente de estos soldados tan valientes como sufridos sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra, agravan y perpetúan los males de la nación, son españoles...»

Fue rey durante dos solitarios años, y aun en ese escaso lapso de tiempo comprendió qué tipo de virus era el que corroía el sistema nacional: el odio, la inquina, la envidia, el duelo a garrotazos de Goya, el tú estás de mi parte o del otro lado, en qué trinchera militas, qué tierras traes, y tú de quién eres... porque si no estás donde debes, en el lado bueno, en el carro de los vencedores, ni eres, ni ves, ni existes. Ni sales en la foto. El gregarismo, las familias, los guetos, el meterse en la hura y bufar a todo aquel que se acerque, eso es hispánico cien por cien y podía estampársele un sello de denominación de origen y elevar en su memoria un Centro de Interpretación de la Mala Leche Ibérica.

A pesar de los muchos años transcurridos desde aquel entonces, torpedear los proyectos (¡y aun los resultados!) del vecino o del adversario político, tirarle piedras aunque compartamos el mismo tejado, prenderle fuego a la sebe, cegarle la canal de riego o malmeter a las espaldas sigue siendo un deporte nacional con más seguidores que el mismísimo balompié.

Sólo en aquellas zonas que han conseguido alzar el interés y el patrimonio común como valor que está por encima de intereses personales se ha avanzado de forma extraordinaria. Está claro que, por el momento, ese no es el caso de León. Aquí prima el, como dice Trapi, «quítate tú pa ponerme yo».

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