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León

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EL MIÉRCOLES se cumplieron setenta años del famoso parte: «cautivo y desarmado el ejército rojo-¦». Si nos ceñimos a las fechas, que no es la única cronología posible, la contienda empezó con la sublevación africanista, pero también, sí, hubo otros comienzos anteriores, como también hubo y hay otros finales. ¿Acaso la guerra de Troya comenzó realmente con el rapto de Helena, acaso concluyó con el retorno de las naves? Setenta años son muchos para una vida, pero pocos para la Historia. Todo pasa, en efecto, pero nos corresponde a nosotros que ese pasar sea digno, porque una herida no desaparece por cubrirla con una venda, sino cuando está r ealmente curada. No hay mayor majestad que el perdón, que no debe ser confundido con el olvido. Me resultan incomprensibles los motivos por los que aún algunas personas se oponen a que todas las víctimas tengan digna sepultura. El rey troyano también suplicó que le fuese entregado el cadáver de su hijo, para poder llorarlo y honrarlo. Por tanto, dar digna sepultura a los muertos no es una reclamación de ahora, sino tan vieja como nuestra cultura occidental. Mientras, en el País Vasco, el presente brilla como una antorcha de esperanza, aunque los enemigos de la paz no lo pondrán fácil. Pero allí, Héctor y Aquiles luchan ahora en un mismo bando, en el de quienes defienden las libertades democráticas; allí, están los héroes pacíficos que se enfrentan día a día al terrorismo. En el País Vasco podemos asistir a una de las más hermosas lecciones de ejemplaridad, de gestión y de gesto, pero si socialistas y populares se desgatan en irresponsables disentimientos habrán perdido la gran batalla, esa que la sociedad española les reclama que ganen. Queremos epopeyas de paz. Conmemorar la alegría. No más tr oyas en llamas.