EL MIRADOR | AGUSTÍN JIMÉNEZ
Obama viene a cenar
Y A ALMORZAR y a desayunar. El día de la cena lo empezó con unas tostadas en Downing Street, número 10, cifra bien pretenciosa. Cuando haya comido, habrá tratado de inspirar una Otan global y un G-20 americanista. Para lo de la Otan cuenta con Rusia (tampoco a Medvedev le queda nada que hacer solo) e incluso con Irán (que necesita fronteras seguras). Otros flecos seguirán indefinidos: el Israel que no cesa (nuevo, terrorífico cambio de régimen), Madagascar, donde se pasea como presidente un putchista que antes triunfó de pinchadiscos.
En el G-20 tiene al menos tres problemas. El primero es su discordia metodológica con el resto de la humanidad (léase Europa occidental) menos con Japón (amigo de las recetas contundentes a lo samurai) y con el pueblo de Gordon Brown (que no pertenece al paraíso del Euro). Capitales muy céntricas libran con muy malos modos una guerra en la que, subyaciendo a la inopia general provocada por la coyuntura, se entremezclan nacionalismos/proteccionismos y aporías reguladoras/mercantilistas sobre el telón de fondo, propuesto (para variar) por Estados Unidos: la extensión del estímulo fiscal. No es que falte unanimidad entre los países adelantados. Cada país aceptaría una solución común si fuera la preconizada por él mismo.
El segundo problema es el papel de las organizaciones internacionales (es decir, del Fondo Monetario Internacional). Se extiende la opinión de que, si los mercados se universalizan, los países que pasen estrecheces pueden lograr créditos en diversos sitios. Si el FMI deseara seguir explotando el negocio, los intereses del FMI deberían reflejar el dinero fresco de Rusia, Brasil, la India y sobre todo China, que es la que dispone de mayor liquidez. En Pekín, el ministro de Economía ha sugerido que se sustituya el dólar (¿por qué otra divisa? ) como moneda de referencia.
A la vez, puesto que de influencia se trata, los chinos se preguntan si sus apaños bilaterales con economías en crisis no les compensarían con creces de las insuficiencias del FMI. El tercer problema es el público, del que los Estados sólo se acuerdan, y a desgana, cuando organiza manifestaciones. Pues bien, las manifestaciones están volviendo a tener un éxito inmenso en las grandes ciudades. Las concentraciones, meses pasados, de Atenas o París pueden ser precursoras de cualquier tipo de primavera. En Londres no están únicamente los antisistemas, que, a la postre, son gente desinteresada. También hay parados, consumidores, abogados de las focas, promotores de nuevas especialidades humanas. Un corolario útil es que la imagen del gentío vociferante ha impulsado a la policía británica a investigar y desarrollar nuevas armas, como las mazas eléctricas, para contener a las masas.
Si Mariano Rajoy, Pizarro y Montoro manejaran el contenido de nuestros bolsillos, la economía de aquí no habría entrado en la crisis búdica de Pedro Solbes. Al no ser así, Rodríguez Zapatero participa en un tinglado que Jacques Attali ha definido como una reunión de abstemios en un bar de copas.