Diario de León

CRÓNICA SEMANAL | MANUEL CAMPO VIDAL

Rumores y crisis mantienen Madrid lleno1397124194

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MANUEL CAMPO VIDAL
León

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ESTA SEMANA Santa saldrá menos gente de Madrid pero no sólo por la crisis. Los rumores tambien retienen personal muy cualificado. Según se ha dicho en todos los despachos y restaurantes con insistencia estos días, el martes santo Zapatero, a su vuelta de la gira por Europa y después de fotografiarse con Obama para dolor de la oposición, cambiará su Gobierno. De momento ya sabemos que tiene convocado al Grupo Parlamentario Socialista para dentro de diez días para «ponerle las pilas», según un colaborador. Falta saber si, además de las pilas, cambiará piezas de la maquinaria gubernamental, que buena falta hace.

Los de más edad recuerdan el llamado sábado santo rojo en el que Adolfo Suárez legalizó el Partido Comunista de Santiago Carrillo. Aunque cueste creerlo, Rodolfo Martin Villa aseguraba hace unos días: «Fue una coincidencia. Sólo aquel día y no antes disponíamos ya de los informes preceptivos de la abogacía del Estado y del Tribunal Supremo». Los más jóvenes se remiten al pasado domingo. Hernandez Moltó, presidente de la Caja Castilla La Mancha, desayunaba tranquilamente en casa cuando le llamaron para que se pasara por el Banco de España. A las seis de la tarde se reunió el Consejo de Ministros para aprobar la intervención. Con esos antecedentes, cualquiera se marcha de Madrid.

Entretanto, las cifras y las declaraciones sobre la crisis tejen la crónica negra de estos tiempos. Son tres narradores bien distintos para una misma crisis: Solbes, Fernández Ordoñez y Zapatero. El primero como vicepresidente económico del Gobierno dice cosas graves, ciertamente inquietantes; el segundo, desde el Banco de España, las multiplica por dos y dispara las angustias; y el tercero, desde la Presidencia del Gobierno, anuncia la recuperación económica antes de Navidad.

A Solbes, por decir cosas realistas con ese aire de profesor con ganas de jubilarse, se le critica; a Fernandez Ordoñez, que parece hasta disfrutar con su tono de aguafiestas, se le teme; y a Zapatero le ha escrito Fernando Onega en un titular eso de «¿Por qué no se calla, presidente?». Pero no todo el mundo piensa lo mismo porque si Solbes dijera lo que dice, el Banco de España siguiera multiplicando los anuncios de catástrofe y Zapatero se sumara al funeral en lugar de repartir esperanzas, la crisis psicológica que agrava la económíca y la financiera, haría irrespirable el clima necesario para la recuperación.

Es verdad que Zapatero, de nacer en otra época, hubiera pronosticado que la Segunda Guerra Mundial duraría cinco meses en vez de cinco años, porque el optimismo vital que exhibe está en su naturaleza. Pero no es menos cierto que entre todos, y los medios de comunicación en cabeza, estamos agravando la situación a base de declaraciones, predicciones y reportajes agoreros.

Tras la intervención por el Banco de España de Caja CastillaLaMancha han reapareciodo los programas y artículos tipo «¿Están seguros nuestros ahorros?». Al día siguiente de la intervención había unidades móviles de radio y televisión en algunas sucursales de la entidad informando sobre si habían o no colas de clientes para sacar el dinero de allí cuando no habían depósitos más asegurados que aquellos despues de la intervención estatal.

También al Banco de España, que se complace en corregir al Gobierno con frecuencia y en sembrar inquietud sobre la solvencia de las entidades de crédito en España, habría que pedirle, como a algunos medios, un poco de mesura. La templanza se mide en los tiempos dífíciles y en el año escaso que llevamos de crisis solo ha destacado por su responsabilidad, la figura de Juan Ramón Quintás, presidente de las Cajas de Ahorro Confederadas. Cuando en septiembre explotó la crisis en Estados Unidos y aquí se metió todo el mundo debajo de la cama, Quintás concedió en pocas semanas más entrevistas que en toda su vida. «Se bordeó entonces el pánico y Quintás ayudó a superarlo», declara el presidente de una caja de ahorro del sur de España. Y su última comparecencia en las Cortes fue una lección de cómo hablar con claridad, con responsabilidad y salvando las instituciones a las que representa, aunque sepamos que no todas han actuado con la misma profesionalidad y rigor.

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