AQUÍ Y AHORA | RAFAEL TORRES
Supernany
INSCRITO en el paisaje general de desprecio y maltrato a los niños en España, un programa de televisión que atiende al nombre de Supernany (Cuatro) rebasa no sólo lo tolerable, sino también lo concebible. El programa, cuyo eje son las andanzas de una especie de psicóloga infantil por aquellos domicilios familiares donde los padres no han sabido inculcar a sus hijos (por desidia, por ignorancia, por falta de tiempo o de amor) los rudimentos más básicos de la educación y la convivencia, y que son un infierno, entronca con ese otro del domesticador de perros que hace las delicias de los que se creen que un animal es un muñeco, pero los niños humanos no son perros, ni muñecos. Esa especie de señorita Rottenmeyer que acude a las casas donde los niños están salvajes con el fin, de una parte, de dejárselos mansos a los padres, y, de otra, de que la audiencia se solace con la retransmisión del sufrimiento del niño bronca, que es así porque le han hecho así, emplea unas técnicas de remodelación de la conducta que son, desde luego, eficaces para dejar contentos a los adultos, pero a los niños, más allá del débil o pasajero efecto que sobre su alma pueda obrar la momentánea modificación de su propia conducta, les deja hechos polvo, esto es, como estaban, con los mismos problemas, los mismos padres, el mismo adosado y la misma soledad. En el ínterin, la imagen del niño díscolo o desquiciado, que lo es para recabar la atención que no recibe o recibe mal de sus mayores, ha sido contemplada en televisión por millones de personas, conculcando así el respeto debido a su intimidad y las leyes que prohíben su reproducción pública, por mucho que los padres, que no son sus amos, la autoricen.
La emisión de las imágenes de esos niños pequeños soltando palabras soeces, llorando, gritando, destrozando los muebles o pegando al hermano, mientras Supernany instruye a los padres sobre la mejor manera de reducirlos, es repugnante y atentatoria contra la dignidad de esos menores que no decidieron caer en un país donde se hace espectáculo de su sufrimiento. En un país brutal, como su televisión.