LETRA PEQUEÑA | CARLOS CARNICERO
ZP se compromete
COMPARTIR decisiones implica compartir los medios para realizarlas. Esa es la gran diferencia de la era de Obama con la de Bush. El anterior presidente norteamericano, instalado en la soberbia y cabalgando sobre el neoliberalismo que nos ha traído la tragedia, decidía y ejecutaba. Creía que el unílateralismo era rentable porque conciliaba el poder militar con la expansión financiera e industrial: todo se ha venido abajo. Ahora el presidente Obama discute, lidera y propone; los demás participamos y tenemos que colaborar. Las cosas han cambiado radicalmente y todos nos necesitamos a todos.
Europa, y especialmente España, entre otros países, había hecho de la cultura de un pacifismo latente la mejor excusa para evitar el compromiso militar. La injusticia de muchas guerras ha generado un rechazo a las intervenciones militares. La cultura europea es la de la diplomacia y el diálogo incluso con los enemigos. En casa lo hemos intentado hasta con ETA. Pero hay veces que la seguridad exige el uso de la fuerza. Hay un ejemplo que todo el mundo entiende: el más firme pacifista reacciona con violencia cuando ve a su familia en peligro inminente.
Afganistán y lo que pueda suceder en Pakistán es un amenaza seria y real para todos los países occidentales. Impedir que los Talibán controlen el país exige un esfuerzo político y militar mucho mayor que el que se está desarrollando. Evitar bajas entre la población civil que alimenten el odio al extranjero y el apoyo al Talibán, además de ser un acto imprescindible de justicia, exige más tropas interviniendo sobre el terreno.
Da toda la impresión de que ha terminado el tiempo de que los norteamericanos mataban y morían y nosotros criticábamos las guerras. Si las guerras son legítimas, legales y justas no podemos inhibirnos de ellas. La decisión del presidente Zapatero de enviar más tropas es la adecuada y es posible que en el futuro nos toque combatir. Hace falta liderazgo político y coraje para hablar claro a los ciudadanos y asumir el desgaste que pueda motivar una posición como la que las circunstancias exigen. Es el precio del liderazgo.