CON VIENTO FRESCO | JOSÉ A. BALBOA DE PAZ
Semana de Pasión
ESTA SEMANA la Pasión no sólo va por dentro, se exterioriza. No me refiero a la pasión que enciende el ánimo de millones de españoles ante la crisis que estamos viviendo y ante la desazón de unas políticas ineficaces, sean del G-20 o del Gobierno socialista, que tanto da. Hablo de la otra Pasión, la que celebramos los católicos haciéndonos presentes en la calles de todos los pueblos españoles, a través de la monumentalidad impresionante de los pasos, de una belleza artística indescriptible; la solemnidad de las procesiones con su cortejo de papones con túnicas y capirotes de abigarrados colores; los vistosos emblemas y estandartes que los acompañan; las bandas de trompetas y tambores que retumban en medio del silencio y el fervor religioso de los cofrades. Hay pasiones más fanáticas; pero no hay una Pasión de tanta riqueza estética, valor antropológico, devoción intensa y profundidad teológica.
Algunos no quieren ver en la Semana Santa más que un reclamo turístico, que sin duda lo es; por eso los ayuntamientos y comerciantes promocionan sus Semanas Santas con el objetivo de atraer visitantes. La de León, pero también las de Astorga, Ponferrada, Sahagún y tantos otros pueblos merecen visitarse estos días y participar en ellas. Esto es bueno y la Semana Santa sirve para conocer mejor el paisaje y el paisanaje. Pero ésta ni es un acontecimiento turístico, ni un simple hecho cultural sin trasfondo religioso alguno, como ciertos pregones de alcaldes dejan entrever. Es una manifestación pública de fe de millones de españoles; pues la religión es algo público y no un sentimiento interno escondido en los más recóndito de la conciencia. Algunos no ven en estas procesiones más que una manifestación retrógrada y supersticiosa, a la que hay que combatir o, al menos, retirar de la vía pública. La paradoja es que hoy -”tiempo de una ciencia que, para algunos, no debería tener límites religiosos o éticos-” la cantidad de supersticiones y supersticiosos aumenta cada día, y lo más preocupante es que esas supersticiones son a cada cual más grotescas e irracionales. Todo esto es un buen indicador de la desorientación religiosa en la que viven muchos tras el olvido o la pérdida de su creencias católicas, lo cual gusta mucho a ciertos partidos o movimientos secularizadores. Manipular la conciencia de estas gentes en bastante más fácil que hacerlo con la de los católicos, cuya fe se sustenta en principios asentados en una tradición bimilenaria, que ha sabido conjugar razón y fe. Por eso al catolicismo se le ataca con pocas razones pero con mucha saña, y se ridiculizan algunas prácticas de su religiosidad popular aunque sin mucho éxito, como vemos estos días.
La Semana Santa es una explosión de fervor popular. No ignoro que asistimos a un proceso de secularización creciente, cada vez más intenso y no sé si ineluctable. El consumismo, el hedonismo y el relativismo -”las tres caras de esta sociedad materialista-” conducen a ello, y a la crisis económica que padecemos. También -”y esto es innegable y lo vemos todos los días en los medios-” hay grupos, muchas veces bien organizados y mejor orquestados, que buscan reducir el espacio público de la religión, encerrándola en un gueto del que, según ellos, no debería salir. Y sin embargo, pese a todo eso, no ha muerto; se resiste a desaparecer. Quizá porque -”esto se entiende mejor estos días-” un Dios que se humaniza, sufre la Pasión y muere en la cruz es un Dios cercano, que puede entender muy bien la pasión que nos aqueja en estos tiempos de crisis. Un Dios así parece más nuestro.