EN BLANCO | FERMÍN BOCOS
El chiringuito
TENGO PARA MÍ que Elena Espinosa viene siendo una de las ministras más eficientes del Gobierno. Su capacidad de trabajo y discreción descuellan en un Gabinete más pendiente de los telediarios que del Boletín oficial del Estado. Pero nadie está a salvo de un mal día o de una decisión equivocada.
Con la Ley de Costas en la mano, la ministra de Medio Ambiente, Rural y Marino quiere acabar con los chiringuitos que uno aquí, otro allá, constelan buena parte de nuestras playas. Puede parecer un asunto menor, pero puesto que los chiringuitos forman parte de nuestro mundo durante el verano, su anunciada desaparición adquiere el perfil de las cosas sobre las que uno se siente obligado a dar su opinión.
La mía es clara: los chiringuitos deben seguir donde están y tal y como están. Si hay que cambiar algo que sea la ley que quiere cambiar nuestras arraigadas y envidiables costumbres playeras. Llama la atención que la iniciativa liquidadora venga de parte de un Gobierno que se dice emparentado con el socialismo. Digo esto, porque no hace falta ser sociólogo para saber que el grueso del personal que recala durante el verano en las barras de los chiringuitos no forma parte precisamente de la familia Botín. Es gente corriente que no tiene chalet con piscina.
El chiringuito y su ritual de tapas, cañas y paellas forma parte del verano de la familia de Juan Español. Aquí, como en tantos otros asuntos relacionados con el pretendido culto a la modernidad, habría que pedir a los políticos que recuerden que no es el hombre el que esta hecho para el sábado, si no al revés. Cámbiese, pues la ley en lo que afecta a los chiringuitos y que los ecologistas se tranquilicen y tomen unas cañas.