Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER | VICTORIANO CRÉMER

El bautismo civil

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VICTORIANO CRÉMER
León

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YA DE NIÑO, cuando andaba moviéndose entre hermanos y franciscanos de la catequesis de San Francisco, me sorprendió aquella parte del catecismo en la que se afirmaba que cualquier hombre o mujer podría bautizar.

Y no acababa de imaginar al cura de mi parroquia, que continuaba siendo la del Mercado, con su Virgen Dolorosa cubriendo a su Hijo asesinado, que se prestara así sin más y sin menos a permitir que en la misma pila bautismal en la que se convertía en cristiano legal al recién nacido pudiera ser transformado en niño santificado con sólo con que un vecino cualquiera, accediendo a un ruego de algún familiar extraviado, se prestara a pronunciar las palabras sagrada: «En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, yo te bautizo». Y aquel ceremonial tenía la misma solidez sacramental que si le hubiera bautizado el obispo.

El bautismo tenía la máxima calificación, pues que en puridad se trataba de elevar la anécdota del nacimiento de un ser humano a la catedría de hijo de Dios, o así.

Y es preciso ahora, cuando las plazas y calles de la diócesis tradicional cruzan camiones o autocares publicitarios poniendo en duda la existencia y la sacralidad de Dios, cuando en un lugar de la España cristiana, se abre la veda para bautizar a quien lo requiera sin más trámite que el de la solicitud legalizada y la asistencia de los interesados al lugar municipal en el cual tienen lugar los bautismos.

La situación creada por una u otra razón o sinrazón ha producido tal alteración en los viejos espíritus de la población que el mero episodio de estos autobuses ostentando las cartelas que ponen en duda la existencia de Dios o la niegan rotundamente, está introduciendo en los sentimientos religiosos del común de vecinos un nuevo problema, cuyo resultado o consecuencia son difícilmente concebibles.

En la pequeña pero importante y significativa ciudad, aledaña a la capital del Viejo Reino, saltándose las normas tradicionales sin ninguna clase de escrúpulos ha dado el paso significativo de establecer entre los usos y costumbres más importantes de la comunidad cristiana, el acto de bautizar: «Cualquier hombre o mujer, puede bautizar». Y se ha procedido según las informaciones, la ceremonia ha cubierto el menester con toda la dignidad civil que requería.

Todo lo cual no deja de ser un motivo más para nuestra preocupación: como si no fuera la sociedad española ya lo bastante dispersa y diferente entre sí, este nuevo acto religioso y social viene a sumarse a nuestra oscura manera de conducirse reconstruyendo la estructura ética, cultural y política de la Edad Media. El filósofo Verdiaeff repetía ante los quebrantos que se producían en una sociedad no bien estructurada todavía: «¿Vamos hacia una nueva Edad Media?» ¿Dios existe? El barrendero de mi barrio que leía a Montsen, contestaba: «Yo no sé si Dios existe o no, solamente sé que es necesario. Cada uno el suyo y Dios el de todos...

Sólo el sabio sabe lo que sabe el sabio.

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