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Publicado por
LOURDES PÉREZ
León

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LOS CAMBIOS en el Gobierno cuando apenas ha transcurrido un año desde el inicio de la legislatura llevan inscritos un pecado original que únicamente podrá borrar un triunfo en las elecciones europeas de junio, en las que Zapatero parte con desventaja según algunas encuestas y la percepción política instalada ya como lugar común tras el resurgir del PP el 1-M y la soledad que atraviesa el Ejecutivo en el Congreso.

Ese déficit de partida, el lastre que ha desembocado en esta remodelación, es la transitoriedad que proyectó Zapatero al configurar el primer gabinete de su segundo mandato, definido casi desde su arranque por las especulaciones que situaban fuera del mismo a Pedro Solbes cuando España asumiera la presidencia de turno de la UE en 2010; y por el doble fulgor que suponía, por una parte, haber conformado el primer Gobierno con más mujeres que hombres de la historia democrática y, por otra, haber situado a una de ellas al frente de Defensa, estando, además, embarazada. Al incidir en el valor de los nombramientos aparentemente más rompedores de su Gobierno, mientras regresaba la sospecha de interinidad sobre el vicepresidente económico y los socialistas renunciaban a buscar un aliado estable en las Cortes para amarrar su limitada mayoría, Zapatero dio a entender que confiaba en una legislatura continuista con su modo de concebir la política y con menos zozobras que las que, finalmente, han terminando aflorando.

De ahí que el baile de carteras ministeriales suponga la admisión implícita de los errores, de criterio o de intuición, al formar hace doce meses un Ejecutivo para tiempos mejores. Pero es una incógnita en qué se traducirá el mayor peso político que se atribuye al nuevo Gobierno, sobre todo a raíz de la incorporación de Chaves y Blanco; hasta el punto de que el presidente se ha obligado, poco menos, que a ganar imperiosamente las europeas de dentro de dos meses para acreditar que puede agotar la legislatura en las actuales condiciones de precariedad.

Aunque para ello no sólo deberá persuadir a una opinión pública desgastada por la crisis de que la continuidad renovada de su Gobierno ofrece mayores garantías que cualquier tentación de cambio. También de que ha acompasado su propio discurso, tan inclinado incluso ayer al voluntarismo al definir el contexto económico, a la gravedad de las dificultades que han ensombrecido el futuro de tantos de sus conciudadanos.