la opinión del lector
Mensaje a un empresario
El señor Pérez, que así es como se debe llamar a juzgar por el rótulo de su empresa («Carbones Pérez») con sede en Ponferrada, parece que, no conforme con la extracción del negro mineral, dedica sus ratos de ocio a otros pingües menesteres. Y así, un aciago día, en una de sus correrías por los confines de la provincia, descubrió en las orillas del Eria una hermosa montaña rocosa que inmediatamente le despertó los impulsos más rastreros, proponiéndose en ese mismo instante violarla, violarla y destriparla como a una inocente niña. La montaña se llama Castrión, un nombre cargado de historia que aloja en su seno un yacimiento arqueológico catalogado como Bien de Interés Cultural, cuyo perímetro fue respetado en su día mientras se realizaron en la zona los trabajos de reforestación. Castrión es un vértice de comunicación equidistante entre otros dos castros (Castrocontrigo y Castrocalbón), una atalaya que domina la llanura hasta donde alcanza la vista y al mismo tiempo es la llave del macizo montañoso que alberga la mayor masa forestal de toda la provincia. Castrión es un fiel centinela que custodia el valle de la Valdería, una joya engalanada magistralmente cantada por los versos de Amaldonza: «...eras un «castro», hoy este nuestro Castrión, / la cuna de nuestros lares, de nuestros predecesores, / donde la vida brotaba alboreando la Historia, / Castrión, majano de gloria bajo rocas y encinales, / el libro de nuestra historia; en él llantos y cantares, / los penosos caminares, vagidos de sus amores. / ¡Corre de nuestra memoria! Usted, señor Pérez, seguramente carece de la mínima sensibilidad para comprender todo este caudal de sentimientos. Alguien que se propone descuartizar una montaña que es todo un símbolo de identidad, y un verdadero santuario para los habitantes de Pobladura de Yuso y de todo el valle, machacando los sentimientos de unas gentes que valen más que la cuarcita con la que usted pretende lucrarse, una de dos: o tiene el alma negra como el carbón, o sencillamente no tiene alma. Usted, señor Pérez, sólo «ama» las piedras de Castrión, de la misma forma que amará, sin duda, las del castillo de Cornatel o las de la muralla romana de Astorga. Pero quienes hemos crecido al abrigo de Castrión, amamos a Castrión y lo amamos entero. No vamos a permitir que ningún extraño venga a violar la cuna de nuestros antepasados, y estamos dispuestos a defenderla de la depredación con uñas y dientes. Es nuestra obligación, y esa obligación es sagrada para nosotros. Cualquiera puede comprenderlo, incluso usted mismo, si no le cegara la avaricia.