Diario de León

la opinión del lector

Despedida de don Constantino

Publicado por
Felipe F. Ramos (Lectoral de la Catedral de León)
León

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La amistad es un valor absoluto. Los pensadores más serios de la antigüedad lo formularon con frases lapidarias: «Parecen quitar el sol del mundo los que quitan la amistad de la vida» (Cicerón); «Si soy preguntado quién es mi amigo, responderé: un alma habitando en dos cuerpos» (Aristóteles, que también define al amigo como un «alter ego», «otro yo»). He recurrido a verdaderos y profundos intérpretes de la amistad porque, hasta anteayer, Constantino García Álvarez fue mi mejor amigo. Sus últimas palabras me presentaron, todavía con el brazo izquierdo levantado aunque tembloroso, como un «gran teólogo». Se equivocó. Mis últimas palabras, en respuesta a las suyas, le reconocieron como el párroco sempiterno de Puebla de Lillo. Yo no me equivocaba. Al pronunciarlas tuve en cuenta los 58 años de servicio educativo, amistoso, religioso y defensivo de las gentes que le fueron encomendadas. Viniste a este mundo en el precioso anfiteatro rocoso de Valdeteja. Y, cuando te llegó el momento de la decisión de tu vida, la construiste sobre la roca inconmovible, como el hombre prudente alabado por el Maestro (Mt 7,24). En el año 1970 me fue concedido el premio que otorgaba la «Fundación P. Merino» a los trabajos de carácter eclesiástico. El título presentado por mí era «La nueva Creación». Buscando al prologuista de la publicación, inmediatamente me vino a la mente mi íntimo amigo Constantino. Y lo hizo. Claro que lo hizo. Y con una perfección difícilmente superable. Haciendo los indebidos elogios al autor de la obra y las merecidísimas alabanzas a don Eugenio Merino. Me permito copiar dos párrafos de aquel excelente prólogo: «La meta es la Nueva Creación». «Recreados en Cristo tienen sentido todos nuestros avatares. Desde la perspectiva de «nuevos cristianos», ya podemos manejar con acertada fruición y auténtica libertad, cuantos seres pueblan nuestro mundo». Y se dirige al homenajeado de la mencionada Fundación con esta insuperable descripción: «Un hombre abombado, presbítero en su doble acepción, corto de paso y más corto de vista aún, circunstancia esta última que le hacía ver -paradoja singular- con claridad, tal vez por pocos igualada, las realidades divinas, un hombre henchido de Dios, obsesionado por la realidad de la Gracia». Gracias, Constantino, por tu inquebrantable amistad, que se verá ampliada y autenticada -alter ego- cuando estemos juntos en la Casa del Padre común. Y gracias a las personas más allegadas a ti que, en tu debilidad postrera, te han atendido tan bien como ellos sabían y como tú necesitabas y te merecías.

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