FRONTERIZOS | MIGUEL Á. VARELA
A la caza
ES ABRIL y llueve. En algún lugar de esta comunidad nuestra se celebra una fiesta que conmemora una derrota y en la Ciudad del Puente sacan los libros a la calle con la misma fe con la que se saca a las vírgenes en procesión cuando ataca la pertinaz sequía: aunque nadie crea que la talla vaya a provocar un cambio en la meteorología, el gesto tranquiliza al personal. Este país tiende a la desmesura y el sector editorial, como el cinematográfico, el escénico o el artístico, no es ajeno al fenómeno: se produce muy por encima de la demanda y cada año inundan la jungla del mercado toneladas de papel impreso, de celuloide positivado, de dramaturgias más o menos afortunadas, sepultando con su pesada carga al supuesto público interesado en estas cosas tan imprescindibles en su condición de maravillosamente inútiles que son los ahora llamados productos culturales. En España se editan anualmente más de setenta mil títulos que luchan por colocar en los estantes de las librerías unos 227 millones de ejemplares; se producen más de 14 películas cada mes, de las que buena parte no llegan ni siquiera a proyectarse en los cines; se estrenan todos los años seguramente más de un millar de espectáculos escénicos profesionales... Ante tan contundentes cifras se podría pensar que vivimos en uno de los países más cultos del mundo, ilusión que despeja una mínima ojeada crítica al entorno. Esta gigantesca oferta se sostiene más bien sobre un número muy reducido de lectores, de espectadores, de público, extremadamente activo: aquellos 25.000 compradores reales que decía Vázquez Montalbán que mantienen un mercado editorial en el que son más raros los lectores que los autores. Y ante este panorama, cuando llega abril, sacamos los libros a la calle a la caza de uno de estos ciudadanos que todavía no ha publicado un libro y, quizá por eso, está dispuesto a leer alguno.