CRÉMER CONTRA CRÉMER | VICTORIANO CRÉMER
Cuando nosotros también conspirábamos
EL EXCELENTÍSIMO señor Julio César Rodrigo de Santiago ha muerto. Hace de eso unas semanas. Y sin excedernos en el recuerdo que deposito en su losa funeraria, quiero tenerle presente, precisamente ahora, hoy, en aquella nuestra condición aventurera y política de conspiradores.
Porque en la España de Francisco Franco se conspiraba. Y los protagonistas del episodio del cual se tienen noticias continúan recordando aquellos momentos peligrosos en los cuales generosamente, esforzadamente, heroicamente diríamos si viviéramos del presupuesto nacional, conspirábamos a lo pobre, pero a lo valiente y con el mismo o mayor riesgo del que anotaban los anales clandestinos.
Y el excelentísimo señor don Julio César Rodrigo de Santiago estaba allí, en el cruce de los caminos que no podían conducir sino al desenfreno de una ley de circunstancias.
Nos habíamos citado por el tradicional sistema de «boca a boca», el director del periódico falangista Proa , Primitivo García, el doctor Fernando Salgado, el leonés por antonomasia, don Julio César Rodríguez de Santiago y el periodista descafeinado, Crémer contra Crémer.
Nos reunimos, a la hora convenida en un tabernillo de carretera a pocos kilómetros de la capital y en plan compadre intentamos justificar nuestro gesto de rebeldía mediante un intrincado discurso general durante el cual más que nada se trató de entender cuáles eran o debieran ser las líneas políticas que requerían las circunstancias, que no eran otras que la de reconstruir los textos legales para la rehabilitación de la democracia.
Al cabo de una discusión, como familiar, se llegó a la conclusión de seguir trabajando en favor de la enmienda del capítulo político concediendo a la regularización política que pretendíamos la más apasionada de las aspiraciones.
Como solía suceder en aventuras de esta índole, aquella reunión, todo lo clandestina que se pudiera entender, se quedó en lo hablado y en la conspiración solamente quedó el espíritu.
Y como con el espíritu no se suelen producir reformas políticas, allí murió Paús sin decir ni chus ni mus, aunque dejando siempre al paso de los comprometidos un cierto alentar patriótico y señal de que en la medida del valor que se concede a esta clase de empresas se producirían las reformas que después, años después y al cabo de muchos ensayos habría de conducirnos al estado de socialdemocracia en el que ahora estamos anclados.
De los cuatro jinetes de aquel apocalipsis todavía quedaba en pie el que fuera un día presidente concejal y cronista real de la provincia: que nadie, ni antes ni después acuñó más conocimientos ni mayor tensión leonesista que este hombre dominador y generoso que se sabía de memoria toda la historia humana de León y que estaba dispuesto a dar la vida en defensa de sus atributos de hombre leal.
La muerte de este último mohicano debiera haber provocado cuando menos un movimiento general de admiración y de respeto.
Ha muerto silenciosamente, apretándose el corazón para que no se le escapara del pecho. ¡Adiós, compañero, y de verdad amigo!