Extraña santidad

En España tenemos dos pepes sin acento y uno con él. En esta columna voy a escribir sobre uno de los que no lo lleva, Pepe el del Popular, acusado de haber defraudado presuntamente 6.000 millones de pesetas. En 1991 huyó a México y allí, con dinero o sin dinero, fue el rey, a juzgar por su buen aspecto. El delito ya ha prescrito, luego lo mismo hasta le ponen su nombre a una calle. En Barajas estaban esperándole una tía y unos primos, es de suponer que con un bocadillo de chorizo, porque el viaje desde el aeropuerto hasta Madrid es largo y hay mucho atasco. Asegura no sólo que es inocente sino que la gente le está recibiendo con mucho cariño. El Dioni admitió que se lo había gastado en sambas y otros bailes, además de en peluquines, porque lo suyo fue el repente del obrero quemado; Pepe, como mínimo hubo de tener una docena, pues desempeñaba un puesto de dirección, es decir, de confianza. Su tía Teresa ha declarado a los periódicos que es «un santo», aunque recalca que llevaba dieciocho años sin verlo, luego su conocimiento de la santidad del sobrino es más por fe ciega que por milagros documentados; servidor, por más que analiza sus fotos, sigue sin percibir aureola alguna, ni tan siquiera el gorrito de Robin Hood. Parece que no terminará cantando el rock de la cárcel, aunque si esto es España y martes, no sería raro que nos represente el año que viene en Eurovisión. Su padre, con noventa años, ¿le doy un cachete al reencontrarse con el hijo prófugo? Posiblemente, estamos ante un artista del -œque me quiten lo bailado-, que ya no se lo quita nadie. Y lo que le queda. Si no cogió el dinero ¿por qué se fugó y cambió de identidad? Veremos lo que tarda en aparecer en La noria . No sé s i llevó la caja, pero la hará.