Diario de León

TRIBUNA | Mª DOLORES ROJO LÓPEZ

Pereira, un libro único

Lo importante es contar, de ahí la trascendencia de vivir. Su obra es una gran narración continuada. Podría decirse que se trata de un libro único con capítulos diversos, que no divergentes, pues en toda ella hay

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SIEMPRE he considerado un auténtico privilegio coexistir con autores y artistas propios de nuestro entorno. Son ellos los que tienen la palabra viva sobre la inerte. Son ellos los que pueden seguir añadiendo sílabas a lo dicho y los que pueden arropar con su mirada las aleatorias interpretaciones de los que juzgamos desde fuera. Sin embargo, nos toca despedir ahora a un estimado escritor leonés que consiguió sumergirse en los entresijos de la realidad desde una sencillez llena de esplendor capaz de llegar con facilidad a todos los lectores que se acerquen a su obra. Lo que podemos rescatar de su trayectoria es la naturalidad con la que valora sus comienzos y el pasar de la vida misma. Al espontáneo gesto de reconocer cómo empezó su afición a los versos (para suscitar el interés de alguna niña de su edad en aquella época) le sigue la emoción que le provoca el contar las vivencias con la sencillez de quien vive con plenitud y ama con sensatez. Lo importante es precisamente eso, contar, de ahí la trascendencia de vivir. Su obra es una gran narración continuada. Podría decirse que se trata de un libro único con capítulos diversos, que no divergentes, pues en toda ella hay una intencionalidad de rescatar la memoria de la experiencia y ponerla al servicio de los lectores. El hecho de comenzar sus publicaciones, tempranamente, en periódicos y revistas y hacerlo tardíamente en libros, nos indica su interés por conectar con un público dinámico y heterogéneo acostumbrado a la versatilidad del artículo periodístico y a la variación sistemática de temas y estilos. Él mismo se ocupó de diferentes modalidades literarias. Si definió la poesía como la emoción breve de la palabra en la que encontró una tregua de consolación, en el cuento halló la mejor forma de conseguir una singular complicidad con el lector donde se pone en juego tanto la inteligencia del que lo escribe como la sagacidad del que lo lee para comprender los matices que dan sentido y valor a lo narrado.

Este autor, rompedor de lanzas en las batallas donde el humor y la ironía se convirtieron en las mejores armas para sobrevivir, apostó por el sincretismo verbal, la disciplina del lenguaje cuidado y el poder de sugerencia de la palabra. Tan intensa fue la intencionalidad de refugio y consolación en ella que el diario personal que ha llevado desde el 1969 atrapa sus más íntimas sensaciones; aquellas en donde el dolor, el miedo y hasta las propias dolencias de salud, resultados del tiempo, se funden con anhelos y esperanzas para salvar la memoria de su propia historia en el barrido exterminador del día a día. Posiblemente, en algún momento, se nos ofrezca a los lectores la posibilidad de leerlo para llegar al fondo de su alma y conocer la nitidez de sus voluntades. No es fácil ser un autor reconocido durante la propia vida porque esa circunstancia siempre es exigente con las palabras que le queden por decir. Y sobre todo porque es tiempo de homenajes y reconocimientos, de exaltaciones y entusiasmos a los que la edad va dejando paso en pos de la tranquilidad sosegada en la rutina hecha compañera. Pero Antonio Pereira poseyó una excelente cualidad que le mostró siempre agradecido fuese cual fuese el lugar y el tipo de evento organizado en su nombre. De este modo, recientemente con ocasión del Día del Libro se le invitó a la mesa redonda que en su honor organizó la concejalía de cultura del ayuntamiento de Santa María del Páramo (posiblemente el último homenaje en vida) y aunque personalme nte ya no pudo asistir, envió una sentida carta llena de cercanía que a nadie dejó indiferente. Ahí reposa la grandeza de quienes abrazan a todos por igual. Homenajes de gran altura (como los efectuados en premios que le han sido concedidos hasta el momento) o rendición de afectos sencillos de un grupo de lectores que emocionados con el poder de evocación de su obra logran encontrar en sus cuentos y poemas la ocasión para recordar vivencias propias, consiguieron de inmediato el agradecimiento de un autor cuya cualidad más excelente es su decidida humanidad puesta siempre al servicio de los demás.

Siendo exigente hasta el extremo en la calidad de su lenguaje logró, sin embargo, una extrema sencillez en la expresión que se hizo asequible a la mayoría. Pero esa perfección incombustible que le llevaba a depurar una y otra vez lo escrito no le impidió ser un escritor de hondo calado en muy diversos tipos de personas. Y aunque se le ha considerado un autor de minorías hemos podido comprobar, a partir de este sencillo acto paramés, que fue un escritor comprendido y sintonizado por una mayoría cada vez más extensa que se siente cómplice de sus obras en la medida que éstas les permite evocar su propio tiempo pasado.

Posiblemente, la fundación que lleva su nombre será el mejor testigo del poder de su obra como impulsora del acerbo literario en nuevas generaciones y de este modo, logre mantener el culto vivo de los leoneses por los artistas de su tierra. No querría D. Antonio que fuese un mausoleo de lo inerte porque ante todo fue un poeta y como tal no consentiría someter la palabra a la quietud de tumbas y estatuas arropadas por el olvido. Su interés fue siempre la vida, el movimiento, lo evidente y lo tangible, aquello que nos obliga a salir a la calle para desear volver más tarde.

E l eterno retorno al paisaje de cada uno, a los silencios y las luchas del interior y sobre todo a lo que recompone el puzzle de las entrañas mismas con los sorbos amargos de los fracasos y las decepciones. Pero su mensaje no fue derrotista ni desolado en ningún momento, ni siquiera cuando hablaba de la muerte. Así en «Tarde en los Jerónimos» nos transmite una fier a seguridad en la certeza de la vida más allá de sí misma que deja un poso de t ranquilidad en el lector pocas veces conseguido: «Mi muerte no la sabré./ Por qué habría de llorar/la pena que no ha de ser-¦Que no me importe el asunto-¦/de estar aquí a estar enfrente/sólo una media pared./ A este lado aún no es la muerte/Ya al otro vida es» .

Antonio Pereira no sólo fue un hombre culto, fue además un hombre sabio. Su obra es, en definitiva, el resultado de la armoniosa combinación de valores, voluntades y bondades capaces de crear refugios seguros para la enconada y dura tarea de vivir. Hasta siempre, amado poeta.

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