CRÓNICAS BERCIANAS | CARLOS FIDALGO
Sostiene Pereira
«Y CON LA mujer entró en la casa ese olor que no se va de la almohada», escribe Antonio Pereira, que conoció a su mujer en la cola de un cine, esperando para ver Casablanca . Es uno de esos finales que anuncian un comienzo nuevo. Que dejan en la imaginación del lector el principio de otra historia. Y no en vano así tituló Pereira -” Principio de una historia -” el relato sobre una chica de zapatos rojos, piernas largas y falda nada juiciosa que vende seguros y no se limpia las suelas en el felpudo de la casa desangelada de un hombre separado, que tiene la cocina llena de enchufes y se lleva mal con los aparatos.
Hoy les iba a escribir de los despidos que acechan a la plantilla de LM Glasfiber, la fábrica de palas eólicas. Incluso tenía pensando citar a Eduardo Galeano, el escritor uruguayo, para darle un toque erudito al artículo con una frase que escribió en El libro de los abrazos -”«las bancarrotas se socializan, las ganancias se privatizan»-” cuando hablaba del sistema en el que vivimos, donde «es más libre el dinero que la gente» porque «los funcionarios no funcionan, los políticos hablan pero no dicen, los votantes votan pero no eligen, y los medios de información desinforman». Pero Pereira se ha muerto y me siento obligado a dejar a Galeano a un lado y aplazar cualquier comentario sobre la estrategia empresarial de la multinacional que fabrica molinos de viento -”si Alonso Quijano levantara la cabeza-” para dedicar estas líneas al hombre que ha dejado La Cábila vacía.
Reconozco que tardé en leer a Antonio Pereira, seguramente por la «pereza, ignorancia y desgana» a la que hacía referencia el alcalde de Ponferrada -”que el sábado estaba convencido de que la muerte del escritor era otro de sus cuentos-” para explicar que todavía haya alguien que desconozca la obra del autor villafranquino. Un amigo me recomendó en una ocasión la lectura de una de sus piezas maestras, La Orbea del coadjuntor . Y como le hice caso y disfruté del desparpajo del relato sobre un villafranquino que se desahoga de sus desamores despeñando una bicicleta prestada, dediqué algunas tardes a las narraciones -“ «ensoñaciones», escribía Cristina Fanjul el sábado en este periódico-” de un cuentista y un poeta poco reconocido fuera de su tierra, pero cuya omnipresencia en el Bierzo y en la provincia de León, quién sabe si a su pesar, me habían echado para atrás a la hora de abrir sus libros. Prefería leer a Baricco, a Mendoza, o a Tabucchi.
Vencido el prejuicio y reconocido el talento, también le doy la razón a su amigo Fermín López Costero -”otro que piensa que Pereira no esta muerto, sino de viaje por algún país exótico urdiendo la trama de algún cuento-” cuando me dice, citando al villafranquino, que el embrión de un final poderoso está en el principio del relato, agazapado, y esperando el momento adecuado para salir, como el amor de un escritor en la cola de un cine.
«Hubo tiempos en los que las puertas de las casas estaban abiertas o las llaves se dejaban puestas por fuera. Ahora todos nos cerramos. Mejor. Cada vez que alguien cruza tu puerta, empieza una historia que no sabes como va a terminar», sostiene Pereira. Y cada vez que abro un libro suyo, le veo cruzando el umbral de mi casa.