EL RINCÓN | MANUEL ALCÁNTARA
Lo que faltaba
SE DICE que en las boticas hay de todo, pero tampoco es cierto. Resulta confortador que se hayan inventado más remedios que enfermedades, del mismo modo que lo es haber encontrado términos mucho más precisos para las dolencias de siempre, pero el avance de la ciencia, siempre en lucha con los hechiceros de la tribu, es incontenible. Pronto será posible adquirir en cualquier botica, no sin antes consultar con el farmacéutico, una enzima capaz de eliminar los malos recuerdos. Un piadoso producto que domestica la amnesia y elimina las zonas sombrías de la memoria, esa «ciega abeja de amargura», que trabaja por su cuenta, pero por nuestro riesgo.
Se asegura que el piadoso hallazgo ha sido probado satisfactoriamente con los ratones. Y los ratones, incluso los colorados, olvidan. Nos recomendó don Miguel de Unamuno tener buena memoria y también buen olvido. Quizá esta última capacidad sea la que más contribuya a hacer posible ese sorbo de felicidad, de eso que llamamos felicidad, que nos visita de vez en cuando. No hay nadie cuyos recuerdos sean todos placenteros, ya que se presentan sin pedir permiso y no hay manera de exigirles una conducta adecuada, ya que no tenemos el derecho de admisión. De mí puedo decirles que de las tres famosas potencias ando regular de entendimiento, muy mal de voluntad y estupendamente de memoria. Ahora mismo me he acordado del pregón, muy habitual en algunos países hispanoamericanos, de los vendedores ambulantes. Entre sus benéficos productos terrestres ofrecen «hierbas para olvidar», junto a la carqueja y a la flor del romerillo. Atahualpa Yupanqui hizo una canción. Quizá algún laboratorio le haya comprado la fórmula a uno de esos beneméritos vendedores de de yuyos milagreros.