EL AULLIDO | LUIS ARTIGUE
Mañana no será lo que Dios quiera
EN ESTA SOCIEDAD del aquí y el ahora está muy de moda la novedad, la juventud, la pose, la tontería, la falta de alma en cualquier caso, y por eso, especialmente para mi generación, resulta más que nunca conveniente escuchar a aquellos que han vivido mucho y bien. Con esta intención acabo de leer la biografía novelada del poeta Ángel González que firma Luis García Montero y titula Mañana no será lo que Dios quiera (editorial Alfaguara)-¦ Toda biografía pretende resumir una vida y una forma de entender la vida pero, en este caso, igualmente refleja un conmovedor modo de entender la amistad. Luis García Montero cree que «hay personas de muerte imposible» y al escribir estas páginas nos lo hace saber. Y creer.
«Los muertos son huéspedes de los vivos», dice aquí el biógrafo, y por eso lo primero que se nos presenta al hablar del niño Ángel González es la influencia decisiva del abuelo materno y el padre muerto prematuramente. Por eso, como en las novelas río del siglo XIX, esta historia comienza con la biografía bosquejada de ambos junto a la suerte de los hermanos mayores hasta que, de forma tardía, doña María Muñiz se quedó embarazada de Ángel.
Después, como una sucesión de postales en blanco y negro, toda su infancia y adolescencia, su Oviedo primigenio, su soledad inicial junto a los familiares extraños, el estallido de la guerra civil -”con sus cambios de domicilio, sus ciudadanos escondidos y sus muertos por un descuido-”, la adolescencia convulsa, los sueños, sus primeros logros, la muerte de su hermano que el propio Ángel tiene que comunicarle a la madre, la admirable doña María a la que Ángel dedica uno de sus más hermosos poemas... Buena parte de esta historia versa sobre la épica cotidiana de esa madre viuda sacando a delante a sus cuatro hijos. El argumento prosigue linealmente hasta llegar al reloj Certina que esta meritoria mujer le compró al joven Ángel González -”cuando él decidió volar del hogar primigenio e irse a Madrid a buscarse la vida-”. Nuestro poeta perdió ese reloj cuando su madre aún lo estaba pagando a plazos. Éste será el determinante último punto de giro de la novela de su vida.
Así asistimos leyendo estas páginas a la formación de una conciencia y a su evolución; a la destrucción de un país y su no vislumbrada reconstrucción. Por el medio incluso una enfermedad que a Ángel González le trajo hasta León, y siempre referencias al padre muerto, al hermano exiliado, a la madre y la hermana ideológicamente depuradas y al paisaje de un Oviedo que eternizaba su indolencia-¦. Toda existencia tiene sus coordenadas o, por decirlo con Borges, «toda vida tiene al menos un instante que la salva». De eso trata este libro, de lo que queda y salva.
Pero, esta vez, tan interesante como el personaje es el escritor pues uno cree vislumbrar a Luis García Montero grabando conversaciones con Ángel, escuchándole, visitando los lugares que marcaron su vida y reconstruyendo la historia apuntada por los papeles legales que la madre guardaba en una carpeta azul -carpeta que el hijo conservaba-. Este biógrafo, como el arqueólogo que uniera amorosamente los fragmentos de un ánfora, ha reunido esos materiales y rellenado los huecos para acabar conformando un libro testimonial, humanísimo, de prosa brillante más inclinada en esta ocasión a la metafísica y la ternura que al ingenio verbal. Aprovecha además para hablarnos indirectamente de la necesidad que aún tenemos todos de quienes dedican su vida a creer en algo y a defenderlo: ésas, como decía Bertolt Brecht, son las personas imprescindibles, las que nos ayudan a desensimismarnos y contrarrestar esta sociedad del yo, el aquí, y el ahora.
He aquí un libro que es una casa con todas las puertas abiertas, una unión armónica de recuerdos, escenas, conversaciones, fotografías, poemas y sensaciones-¦ Se lo recomiendo.