Romanos y cartagineses

LO QUE el Partido Popular vaya a proponer en el Parlamento Europeo es una incógnita. Lo que los socialistas españoles vayan a decir en Estrasburgo es un misterio. Sin embargo, hay algo que entre tanto enigma y sigilo ha quedado muy claro: se odian.

Una vez Daniel Barenboim, ese judío que ha logrado formar una orquesta de compuesta de judíos y palestinos, dijo que es muy probable que muchos palestinos se acuesten pensando que, al día siguiente, al despertarse, los israelíes habrán desaparecido. Y que, al mismo tiempo, no pocos judíos de Israel se duermen acariciando el deseo de que, al clarear el día, los palestinos se hayan marchado.

Escucho retazos de esos mítines como arengas, de esos discursos como soflamas, que más parecen exhortaciones a entrar en la guerra que propuestas políticas formuladas a ciudadanos alfabetizados, y comienzo a tener la molesta sensación de que estos ciudadanos, a los que les pagamos las oficinas, sueldos y delegaciones con nuestros impuestos, más que pretender la victoria parece que lo que anhelan es el aniquilamiento del contrario.

Si continúan así, me marcharé de viaje durante el fin de semana de las elecciones y procuraré volver cuando los colegios electorales hayan cerrado dos o tres horas antes para no caer en la tentación. Me produce vergüenza la ausencia de ideas, la demagogia torpe, la grosería del insulto, la arrogancia del jayán y la majeza del chulo. Escarnecen sin finura e injurian con fervor. Parecen romanos y cartagineses, pero al menos Amílcar Barca, entre odio y odio, fundaba una ciudad como Barcelona.

¿Qué es lo que vamos a fundar con esta falta de ideas sustituida por una ideología de patio de colegio? ¿Era optimista la previsión de Antonio Machado y ya todas cabezas embisten y ninguna piensa? Pues como sigan así muchos ciudadanos les van a poner los cuernos. En las urnas.