Diario de León

EL AULLIDO | LUIS ARTIGUE

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LUIS ARTIGUE
León

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JUGÁBAMOS ENTONCES a vivir más que nadie, más que nada, alocados e indecisos entre el tirón de la calle y al tirón de la cultura. Sin embargo para nosotros escribir poesía empezó a ser algo posible gracias a un grupo humano heterogéneo, surrealista y casi equilibrista al cual debemos mucho -agradecer es la mejor forma de señalar con el dedo-. Estaban ya en la estela de ese aristócrata del espíritu que es Antonio Gamoneda, aunque cada uno de un personal e íntimo modo, y el grupo lo formaban -”lo forman-” varios poetas oscuros como un pozo lleno de diamantes: Ildefonso Rodríguez, Miguel Suárez, Aldo Sanz, Tomás Sánchez Santiago, Víctor M. Díez-¦ Y esa mujer pantera con sensibilidad celtíbera, rostro amable de madre bretona y voz de viento de montaña llamada Eloísa Otero. En efecto el tiempo pasa pero los buenos libros permanecen, y cada uno de nosotros fuimos forjando nuestra propia autonomía. Caminando paralelamente juntos como las vías del tren, aprendimos que crecer tiene que ver con el verbo distanciarse, que como enseña la poesía de Gamoneda vivir es avanzar hacia lo oscuro. Fatigados de esperar la muerte súbita del mundo, nos fuimos; algunos a trabajar fuera de León porque así de cruel está aquí la política y la vida, otros, los menos, construimos en este lugar nuestra diminuta isla.

Ahora nos quedan unos versos en los que releer todo cuanto fue, y conservamos el verano como punto de encuentro para llenarlo de nuevos poemas y vivencias narradas con la emoción de entonces. Nos quedan los recuerdos que se derraman igual que la espuma de cerveza avivando aquel año inolvidable, aquel verano en el que bebíamos sexos y fumábamos flores.

Fue entonces que leímos la primera versión de un libro delicadísimo -” Cartas celtas -”, el cual es ya una ventana que siempre estará abierta. Con él su autora, Eloísa Otero, logró una meta lírica realmente notable: escribir algo a lo que poder regresar. Hoy me ha parecido una ocasión tan buena como cualquier otra para agradecerle a la vida y al azar la llegada a mis manos de ese poemario; de esa propuesta sensible y repleta de chispazos: ese sendero sincero y terapéutico que nos enseñó a cicatrizar nuestros propios desamores en aquel tiempo en el que lo compartíamos casi todo porque no teníamos nada.

Cartas celtas apareció una edición minoritaria, casi pirata, se reeditó en la colección Provincia y ahora acaba de volver a ser reeditado -”en versión corregida y aumentada-” por la Editorial Leteo: pasa el tiempo y vuelve casi siempre todo aquello que aún significa algo.

He pensado al releerlo, no sé aún la razón, que ojalá dentro de más años esté un día vagabundeado por mi casa con los ojos vidriados y, sin saber por qué, llegue al baúl para mi insospechado reencuentro con las cosas, topándome de pronto con ese ejemplar ya amarillento. Ojalá lo abra por la página que señale un pétalo estratégicamente muerto, y relea cualquier página porque esos poemas serán algo así como un espejo que indicará si yo sigo siendo de los míos. Libros de carne que llevamos dentro del corazón lo mismo que los viajeros nómadas llevan ropa en sus maletas. Antorchas en la noche del día a día que dan luz y también motivos para la existencia. Pequeñas grandes cosas que, como el mar o el amor, unen y separan.

Además de poeta y traductora Eloísa Otero, inquieta, perseverante, tiene y mantiene un blog en Internet -”tecleen en su buscador Isla Kokotero y lo encontrarán-” que poco a poco se ha erigido en lo que intuyo que ella se proponía, una isla en medio del tedio, un oasis de dedicación, generosidad y delicadeza-¦ Supongo que, en pasado y en presente, ahora escribo esto, sé que en el nombre de mucha gente, para encomiar su espíritu y pronunciar en público la palabra gracias.

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