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León

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Aquí y ahora | carlos carnicero

Esta es una pelea por la escasez: la mayoría de los electores del este país no se plantean ni siquiera la posibilidad de ir a las urnas y ganará el que consiga que algunos más de los suyos no se queden en casa o se abstengan de ir a la playa, o se ocupen en su tiempo de ocio de asuntos de mayor interés personal. La explicación es múltiple: de una parte, los españoles han perdido el encantamiento europeo; probablemente porque sus líderes no demuestran afecto por ese proyecto que objetivamente es apasionante. El euro ha simbolizado una vida muy desigual, unos salarios bajos que no crecen frente a unos precios que sólo han detenido su carrera cuando los ciudadanos han dejado de comprar.

La campaña tampoco ayuda demasiado: la corrupción, independientemente de quien la practica, termina por salpicar a toda la clase política en su conjunto ante el pasmo de los ciudadanos, y existe una terrible percepción de que la desafección cadi día más generalizada de la política auspiciará sin duda nuevos populismos.

España se está italianizando. Todavía no hemos llegado al esperpento de Silvio Berlusconi haciendo fiestas con adolescentes en una carrera que tiene emprendida con el tiempo, convencido de que su cirujano estético de cabecera le acercará a la inmortalidad. Los arqueólogos saben mejor que nadie que la muerte a todos nos iguala.

Y ni siquiera la Ley de Memoria Histórica ha sido capaz de terminar la polémica de los desenterramientos: acabamos todos por tener la impresión de que las leyes se hacen sólo para promulgarlas, mientras en los concesionarios de coches preparan la salida de los stocks.

El próximo domingo no va a ir a votar mucha gente y los partidos políticos se pasarán el día haciendo encuestas a pie de urna sólo para escribir cuanto antes el discu rso de media noche en el que inevitablemente nadie habrá perdido; es una sensación falsa: vamos a perder todos.

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