Diario de León
Publicado por
césar gavela
León

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La gaveta

L eón ha vuelto a quedarse por debajo del medio millón de habitantes. Y eso que unos pocos miles de extranjeros se han instalado en sus tierras vastas y naturales, un poco misteriosas. La provincia de León, junto con la hermana y aún mucho más decadente Zamora, son el núcleo duro de la despoblación española. Tierras extraordinarias en tantas cosas, pero que pagan un precio brutal por estar situadas en la fachada oeste y más remota de una autonomía inmensa. Que, en conjunto, tampoco crece apenas.

Luego sucedió que esas cifras fueron el puente que me llevaron hacia una ensoñación. Me dije: ¿cómo sería León si tuviera la demografía de la pura y vacía provincia de Soria? Empecé a ver prodigios por todas partes, extrañezas, juegos. Baste imaginar que la capital tendría solo veintiocho mil habitantes. Un León pulcro, de poco más que la zona vieja y el armonioso ensanche que lleva hasta San Marcos. Algún barrio popular, y todas las personas casi parientes. Y Gamoneda, por ahí, como Machado por Soria hace cien años. Con parecida presencia, mito, extrañeza y gloria. Y Crémer, siempre, al fondo.

Me gustó ese León, monumental y, a la vez, con un aire naif, de pequeña urbe culta de Turingia o de Toscana. Ponferrada, por su parte, andaría por los catorce mil vecinos. El casco viejo y una Puebla pequeña y con jardincitos casi decimonónicos. Mucha presencia de los tunos, acaso, aunque sin campus universitario y sin Toralín. Pero con Santa Marta y el parque del Plantío, muy apartado y romántico. Donde las parejas se besarían y soñarían, y acaso llorarían un poco.

Astorga, tres mil habitantes. Cuartel y fábricas de mantecadas, pero también sede de un congreso anual de escritores. Venidos de todas partes, no solo de la provincia. Por ejemplo, vendría este año el chileno Gonzalo Rojas, con sus versos de fuego y libertad. O el argentino Héctor Tizón, que tanto vale y tan poco se le conoce. Porque lo tapan los mediáticos.

La Bañeza, dos mil habitantes, y carreras de motos, pero nadie hablaría del circuito. Villablino, mil. Mineros jubilados mirando el mundo con esa melancolía que solo brota en la montaña, y en el frío. Gente revolucionaria; la mejor, sin duda. Muchos ayuntamientos estarían vacíos, o casi. Riaño tendría doscientas personas. Sahagún, setecientas. Coyanza, mil doscientas, sin contar asturianos, claro. Sería una provincia inagotable, con algo del Far West. La política sería cuento, todo se daría por lejano, o imposible. El aire sería el más sano de Europa. Y se viviría bien, como se vive en la despoblada y lacustre Finlandia. Porque no importa el número, sino la felicidad.

Luego desperté; volví a la realidad. A la urgencia. Porque León tiene que reaccionar. Para ello es imprescindible mejorar la comunicación. La autopista de Braganza-León debería ser algo sentido en cada rincón de la provincia. Es una oportunidad clave. Ganarle a Valladolid la exclusividad del paso honroso del pujante Portugal Norte hacia Europa.

Hay que hacer de Braganza un empeño de todos. Un primer paso innegociable. Por ahí pueden empezar a cambiar las cosas.

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