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crémer contra crémer | VICTORIANO CRÉMER

La hora de los museos

Publicado por
León

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Así como cada día tiene su afán, cada cosa tiene su día. Es más que una costumbre, una manía.

Se establecen los días tales y cuales no por fidelidad a sus doctrinas, ni a los signos característicos que les distinguen los unos de los otros.

Al final de tantísima consagración se acaba por cubrir el calendario de Días determinados, dedicados con todo cariño o con muy especial indiferencia, a los padres, a las madres, a los seminarios, a las tabernas, a las mujeres embarazadas y a los niños.

También se suele incluir en el calendario el día o los días especialmente consignados para debates políticos o para bodas.

La Ciudad en la que residimos Don Lope de Sosa y un servidor, formamos parte de la nómina de los dedicatorios por lo mucho que han destacado y nos unimos a los elogios y admiraciones aunque no sea más que para que nos vean.

Salvo cuando lo que celebramos es el Día del Amor Hermoso o el de la taberna, que ya lo dice la coplería universal:

«León, León, ciudad bravía / que entre antiguas y modernas / tiene trescientas tabernas / y una sola librería...»

Cuando se inventó lo del Día del Libro, al principio cayó bien pero al cabo de pocas celebraciones el libro fue un producto difícilmente vendible y no excesivamente estimado.

Ahora y en la hora de los Museos, alcanzamos la conclusión de que de lo que la ciudad de los Cabezas de Vaca y los Sueros de Quiñones pueden alardear es de Ciudad Museística y hasta si se nos apura, provincia en la cual donde no nace un museo de algo se inventa alguno que sirva para todo.

Se cuenta en la capital del Viejo Reino de don Alfonso el Sexto, más de cien museos: Museos propiamente dichos y con algún contenido verdaderamente digno de egregio almacenaje, hasta museos rurales en donde se hacinan hoces, picos y azadones, como en las cuentas del Gran Capitán.

Y en la capital sobresalen algunos centros museísticos que de verdad contienen obras de mucho merecimiento.

Y a nosotros nos alegra en el alma que la ciudad en la que residimos Don Lope de Sosa y un servidor, en vez de tabernas, campos estériles para dar patadas y lugares para el solaz erótico, se nos ofrezcan Museos y en estos para su mejor conocimiento, directores encargados de su cuidado y proyección.

Porque de nada vale contar con centros de exhibición de obras de especial significado si no se dispone de mecanismos para transmitirlas y convertirlas en instrumentos de conocimiento.

Un museos, como una Biblioteca, es letra muerta y signo cabalístico si un sabedor, un técnico, un director, no domina la situación y acierta a transmitir la lección que se desprende del contenido del Museo.

Por ejemplo, cuando en algunos lugares y después de trabajos y sacrificios se consigue establecer, es un decir, un Museo del Ferrocarril, no consigue superar su condición de almacén de hierros, si no dispone de un maestro que sepa comunicar los sólidos fundamentos que acreditan la existencia del Museo.

¡Enhorabuena a todos los que se interesan por los Museos y Viva Pérez de Guzmán!

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