Diario de León
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El rincón | manuel alcántara

Dicen que el verano, que está al caer y que se advierte con la que está cayendo, es una tregua. No siempre ha sido verdad eso de que en verano no pasa nada: en algunos veranos ha pasado todo, por ejemplo en aquel 18 de julio que trastocó los calendarios para muchos almanaques vitales y que seguirá rigiendo hasta que celebremos o deploremos su cumplesiglos, cuando ya no quedemos vivos los que asistimos a aquellos triunfales desastres. Entonces no había más de dos o tres banderas, pero ahora hay muchas. Cada región o autonomía tiene la suya, incluidas las adosadas. Lo que llamamos España siempre ha sido un «enigma histórico». Azorín hablaba de la «varia España» y defendió su multiplicidad. Antes, el dulce y fragante Gustavo Adolfo Bécquer habla de su «país andaluz». Y no digamos de Asturias, que siempre ha cantado, con legítimo orgullo, su «patria querida». Digo estas cosas porque ahora hay más banderas que nunca. Empieza a faltar viento para que agite a tantas, aunque cada una vaya a su aire.

Las que más me gustan son las banderas azules que se ondean en las playas de los litorales. La difícil vocación de todo ser humano es ser feliz, sabiendo que se trata de un imposible metafísico o sea difícil u oscuro de comprender para cualquiera, ya que también lo era para Aristóteles que fue el primero que se lo planteó, mucho antes que los señores Zapatero y Rajoy. En lo que estamos todos de acuerdo es que cuando aprietan los calores deben darnos menos la lata. Déjenos meternos en el mar, o al menos ver cómo otros se meten. No acometan a los innumerables ejércitos de las sardinas, ni quieran demoler las fortalezas eventuales de los chiringuitos. Nos conformaríamos con que nuestros políticos, que aspiran al bien común, no pusieran las cosas peor para todos.

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