Diario de León

¿Debate, encuentro, pelea política?

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VICTORIANO CRÉMER
León

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Crémer contra Crémer

Ni se sabe. A lo que sí estamos dispuestos es a declarar que nuestra capacidad no consigue entender lo que cada uno dice. Asisto a la décima reunión política entre miembros debidamente consagrados, para poner en claro lo que el ciudadano está obligado a entender. Anotamos como dato digno de retención memorística que la asistencia de los profesionales por los votos, es más que escasa, nula. Solamente es un lugar en el semiruedo político de las Cortes nacionales, se mueven dos o tres figuras por fila y de esta escasa asistencia, solamente una por fila está comprometida en la discusión o debate del cual los más ingenuos de la parroquia piensan en conseguir esclarecimientos definitivos sobre la economía, sobre la crisis, sobre la intervención que corresponde a cada uno de los ministros sometidos al marcaje de los diputados de infantería, sin que al cabo de la intervención del interrogador y del interrogado, el escaso público más bien familiar que consigue un asiento en la localidad de favor, consiga enterarse, al final de la refriega, de lo que debemos entender de cuanto se ha discutido con tonos variadísimos, de dialectología política a bronca de barrio. Confieso, por lo que a mí respecta, que asisto al ceremonial con cierta fe, no poca esperanza y la máxima sensibilidad, apto para entender algo de lo que se discute para alcanzar alguno de los resultados que perseguimos los unos y los otros...

Menos los protagonistas que llevan aprendido más o menos la oración de réplica, preparada durante la noche anterior y está dispuesto a largarla aunque en ello le vaya la honra. Hablan de economía y es rarísimo el que demuestra que conoce perfectamente la cuestión, pero se opone a lo que fuera menester para que el jefe de la cosa se fije en la facilidad de palabra del catecúmeno y le tenga en cuenta a la hora de la distribución de cargos y favores. Se suele mezclar el tema más fervoroso con alguna anotación recogida en la calle o en el bar, relacionada lejanamente con el estado de la nación y la seguridad en el puesto al que ha tenido la suerte de acceder y los espectadores de favor nos sentimos perdidos en el maremagnun de ideas, de apelaciones y de retórica belicosa que se dispara para que los cuatro gatos que acuden al espectáculo (porque para eso le pagan) aplaudan hasta la consumación de la paciencia de los familiares de diputados ausentes... Se menciona, si bien con prudencia y sentado de la responsabilidad, el problema del paro, que está a punto de alcanzar los cuatro millones de trabajadores sin trabajo, y los obreros de la casa y de la limpieza se pierden en el caudal de la verborrea emitida por los padrecitos de la patria. Y uno, yo mismo, que no me entero de nada, achaco este fraude político a mi ignorancia o a mi incapacidad para traducir el sentido de los discursos, o tal vez, quien sabe, tal vez, acaso, a la verbocracia y opacidad de los señores diputados, a los cuales si les obligan a pronunciar discursos no hacen sino copiar frases ajenas y discurrir un poco para desorientar al espectador. A eso es a lo que llego al final de mi devoción política: a ciudadano desorientado. ¡Y así nos va a todos!

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