Diario de León

Ni soy de derechas ni soy de izquierdas

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Tribuna | Miguel Ángel González Rodríguez

Economista

No, por mucho que me intenten etiquetar, me resisto, ni soy de uno, ni soy del otro, sino del contrario. Soy una persona y por lo tanto ningún calificativo puede abarcar mi comportamiento, ni mis creencias. Soy más que ellos. Pero tozudamente, una y otra vez, los políticos intentan fijarnos, limitarnos a la esclavitud de unas siglas que no significan nada al margen de los ciudadanos. En muchos casos ellos ganan, nos aborregamos, nos convertimos en manada y ¡a por ellos!, ¡ni un paso atrás! ¡Cómo nos entienden! Nos enfrentan a los otros, a los malos, a los que quieren eliminarnos.

Si consiguen etiquetarte bajo unas siglas es fácil suponer que los que no pertenecen a esa corriente son los malos, identificando el mal con el contrario. No. La masa no ha crecido, ni se ha educado, mantenemos los mismos patrones de conducta que hace cincuenta años y entonces la capacidad de recuerdo era como ahora de apenas diez segundos.

El problema es que no nos valoramos. Somos la pieza angular del sistema, sin nosotros los políticos no tienen ningún poder. Nosotros les otorgamos la autoridad y nosotros podemos quitársela. Los ciudadanos no pertenecen a ningún partido, porque las circunstancias que les envuelven cambian y con ellas su personalidad y su conducta. Cerrarse a una militancia a unas directrices supone un perfil plano, una vida cerrada, donde todo está ya premeditado y definido. Pero ¿quién puede predecir lo que va a pasar mañana? Desde luego, yo no. Y los políticos que conozco tampoco.

Hace pocos días les veía saltando de alegría, agradeciendo el apoyo de los votantes, cosa que no vuelven a hacer hasta la próxima legislatura. Unos brincaban alegres por haber ganado, por haber sido el depósito de la confianza de los electores, otros por no haber perdido tanto como podían. Y se me vino a la cabeza los amigos que últimamente han perdido el empleo, que están pensando en marchar a otros lugares en búsqueda de oportunidades, oscuras oportunidades en este momento me atrevería a decir. Dejar todo aquí, todo por lo que han luchado con los mil euros que iban ganando, pero que ahora por no sé qué razón han perdido su empleo y se plantean marchar a otras regiones sin nada, más que la ilusión de una oportunidad y la fuerza del desencanto. ¿Acaso no recuerda a los cuentos de nuestros abuelos? A una época oscura, lejana. La historia se repite, desgraciadamente en muchos casos ¿Alguien puede dudarlo? Y mientras, saltan de alegría, están contentos. La vida es bella y rosa, al menos para ellos.

La desconexión entre la clase política y los ciudadanos ha llegado un punto que asquea, mentira tras mentira y promesa tras promesa, se esconde una única verdad y es que no compartimos las mismas metas, ni siguiera un objetivo común aunque pudiera parecer que sí: mejorar la calidad de vida, entendiendo la suya no la nuestra. Yo que entiendo más de economía prefiero referirme a la empresa, donde también existen numerosos agentes intervinientes, con objetivos diferentes, incluso contrapuestos, el de uno implica muchas veces el menoscabo del otro, pero esas fuerzas en tensión, en lucha, permiten obtener un sistema de producción que satisface un único objetivo común a todos ellos: ganar dinero. Si uno intentase descompensar la relación de fuerzas, la organización se debilita y los objetivos particulares se resentirían con lo que a medio y largo plazo todos pierden.

En nuestro sistema político eso no pasa. Nos cansamos de abrir la boca diciendo que si no valen a los cuatro años podemos echarlos, votar a otros, cambiar, pero ¿realmente esto es eficaz? Por poner un ejemplo, nuestros diputados, gloriosos representantes de una región deprimida, en muchos casos se han jubilado o están a punto de hacerlo, a pesar de la preocupante situación de la provincia, agravada año tras año. No ha habido grandes cambios entonces.

De nuevo la afiliación juega un papel fundamental. Cambiar sería traicionar unas ideas, a unas personas, pasarse al mal. Tampoco podíamos cambiar: los partidos nos lo dan hecho, no sea que haya sorpresas desagradables. Otro ejemplo, hace poco una nutrida representación de empresarios leoneses visitábamos el Congreso de los Diputados. A la recepción unas personas nos esperaban. Entre los empresarios se hacían la pregunta ¿Quiénes son? La mayoría no los conocían. Pero lo cierto es que eran nuestros representantes en la Cámara. ¿Cómo es posible? Aunque sólo fuera por pura estadística algunos les habrían votado. Y eran de León, un pueblo, donde todo el mundo se conoce. Si esto está así, qué pasará con el Senado, o las propias Cortes de Castilla y León.

Que los políticos viven en otro mundo parece cierto y que descienden al de los ciudadanos una vez cada cuatro años a su pesar, es otra verdad incuestionable. Nosotros les damos el voto, les reímos las gracias y en muchos casos les hacemos la corte. Ellos, investidos por un poder omnímodo, recibido de un nacimiento producto de la alineación logarítmica de los astros, nos complacen con su asistencia y atención. Poca, por cierto, porque tienen mucho trabajo. Nosotros no, claro. Nosotros, pobres, vivimos de lo que nos dejan. Hasta ese punto se ha prostituido la sociedad. Son ellos los que viven de nosotros, de nuestros impuestos, de nuestro trabajo y no nosotros del suyo. Por lo tanto hemos de exigirles de ese modo. Son nuestros servidores y el cliente siempre tiene razón. ¿O en su empresa no es así?

Hemos de rebelarnos, hacerles saber que no estamos satisfechos con su trabajo, en cualquier sitio, que sepan de nuestro enfado y de nuestra satisfacción si lo hacen bien. Hoy, mañana y pasado. A todas horas. Criticar una y otra vez directamente. Los leoneses somos personas afables, conformistas, transparentes y en muchos casos acobardadas. Así nos va como nos va. «No he venido a traer paz-¦»

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