Diario de León
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A esgaya | emilio gancedo

Es una estampa emblemática de nuestros días. A saber: tienda de ropa súper modern y súper fashion (y bien de precio). A rebosar el tema. Chavalitas y madres. Y algún que otro padre o marido mirando al techo como perro perdido, amarrado o apaleado. Estudiemos los ademanes de los compradores, compradoras, usuarios, usuarias, clientas, clientos.

En primer lugar, el gesto de andar como a dos palmos por encima del suelo que llevan algunas, con las preceptivas gafas de sol que cubren toda la cara (dan ganas de decirles: oye, rapaza, que estás bajo techao), muy pintureras con sus trapitos y sus sandalitas. Miran, brujulean, otean, cogen esto así como con asquito, lo dejan en cualquier lado, cogen otra cosa, le dan una cierta oportunidad... pero luego no, definitivamente no, no está a la altura. Agarran otro vestidico, parecen perdonarle la vida y sí, esta vez sí, se lo llevan al probador junto con otros muchos telares. Pero es que incluso cuando van a pagar (con tarjeta, obviamente) lo miran todo como con una cierta repugnancia, como cavilando si estará o no al nivel necesario el artículo mercado. Luego están las madres e hijas con sus disputas: que lo necesitas, que no; que te lo compres, que no me pongas en ridículo, que pin, que pan... el absurdo total del consumismo. Gritarse en medio de la abundancia, en medio de zapatos, bolsos y camisinas tiradas por el suelo.

Quizá no sea apropiado, pero cuando veo escenas como esas sitúo a todas estas pajaricas dos o tres generaciones atrás, con 30 ó 50 años me vale. Verlas corriendo detrás de las vacas, subiendo a la braña con las ovejas, escardando, esparciendo el abono, tejiendo el lino, segando en pleno verano, atropando, sí, las espigas que quedaban por las cunetas, haciéndose cargo de cinco o seis guajes, recogiendo la sangre del gocho, preparando la matanza, cociendo el pan, apañando castañas, pidiendo por las puertas, sobreviviendo...

Ay, como vengan mal dadas.

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