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León

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En el filo | julia navarro

Hay asuntos ante los que no podemos permanecer indiferentes porque tienen que ver con la dignidad y los derechos humanos que en algunas zonas del mundo afectan fundamentalmente a las mujeres. Por ejemplo, en Irán miles de mujeres están jugándose la vida protestando por los resultados de las elecciones que apestan a fraude, pero no sólo están luchando por eso, también lo hacen para reclamar libertad e igualdad, es decir el dejar de ser consideradas ciudadanas de tercera categoría. La lucha de las mujeres iraníes es heroica, porque en un país en que las leyes son especialmente duras con las mujeres, ellas son quienes más tienen que perder.

Por otra parte, hace unos días el presidente Sarkozy manifestaba a las claras que en Francia no hay lugar para los burkas. En realidad no es la primera vez que Francia pone un stop a quienes quieren importar costumbres o comportamientos que pueden suponer un menoscabo para la dignidad y los derechos humanos. Porque el burka no es una manifestación cultural. El burka es una cárcel en la que se entierra a las mujeres de por vida. De manera que hay que aplaudir que el presidente francés tenga las ideas claras al respecto y no permita que en Francia las mujeres, sea cual sea su origen y religión, sean ciudadanas de tercera.

He escrito en otras ocasiones que Europa no puede dar ni un solo paso atrás en lo que se refiere a los derechos y libertades, al respeto a la dignidad de todos los seres humanos. Y en Europa las mujeres han librado una larga batalla por conseguir la igualdad para que ahora nos quieran convencer de que hay que aceptar algunas peculiaridades de otras culturas como la de llevar burka. Pues no, no hay que aceptarlas, lo que hay que hacer es liberar a las mujeres de esa cárcel en las que las encierran de por vida. De la misma manera que me parece inaceptable el pulso que Mauritania intenta echar a España a propósito de la condena a un padre y a una madre por haber obligado a su hija de doce años a casarse con un primo de 39, y a acostarse con él, o mejor dicho a permitir que éste la violara. Como esta familia Mauritania vivía en España y como su hija además nació en Cádiz, la legislación española ha amparado a esta joven y ha condenado a sus padres y a su marido que la violó.

En Nuakcho t se están celebrando manifestaciones de protestas y los familiares de los condenados advierten de que la colonia española en Mauritania puede sufrir represalias si no se deja en libertad a los condenados en España. No tengo ni idea de cómo el ministro Moratinos va a resolver el «incidente» diplomático, pero sí sé que nuestro país no puede dar ni un solo paso atrás en la defensa de los derechos de la joven violada. No se puede asumir que como en Mauritania es costumbre casar a las niñas y que los maridos hagan con ellas lo que les plazca sin importarles la edad, aquí debemos de aceptarlo como una peculiaridad o una costumbre cultural. Hay costumbres que deben de ser erradicadas y desde luego en nuestro país no pueden ser toleradas. Insisto: ni un paso atrás en la defensa de la dignidad, la igual dad y la libertad de las mujeres.

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