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León

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El baile del ahorcado cristina fanjul

De la noche a la mañana me he convertido en una mujer rica. Sí, desde la semana pasada y gracias al Gobierno, he pasado de pertenecer a una clase media mediocre a formar parte del exclusivo club de los ricos españoles. La contrapartida es que puede que me confisquen más dinero de mi nómina para contribuir al gasto global de la crisis, pero como lo que importa es la imagen -”no hay nada más profundo que la apariencia-” yo estoy encantada. Y es que la vicepresidenta Salgado cree que las acaudaladas rentas que superan los 24.000 euros anuales tienen que pagar más. Vamos, que volvemos a esa idea anticonstitucional de la progresión fiscal cuyo único fin es repartir la miseria común. Pero claro, una cosa es que la aritmética se cebe con los Albertos o con Warren Buffet y otra que las víctimas propiciatorias del despropósito económico del Gobierno sean las rentas bajas. En cualquier caso, no sé de que me sorprendo. Ya llegaba tarde esta reforma fiscal tan avanzada que consiste en pensar que la única manera de que un país progrese es proletizar a las clases medias y dar a los pobres el pan de cada día para evitar que intenten prosperar y se conviertan en burgueses perversos. Pan y circo o, lo que es lo mismo, subvención y palabras huecas. Esta es la receta infalible para convertir a la sociedad en una masa informe y acrítica, incapaz de pensar y mucho de menos de discrepar con espíritu crítico ante la propaganda visceral. La historia ha demostrado que la coacción impositiva que ejercen los gobiernos con los ciudadanos siempre lleva a un empobrecimiento general. Al final, las arcas se vacían ante la falta de libertad de los ciudadanos. La progresión fiscal viola el principio de igualdad y supone elevar a categoría el principio según el cual la propiedad de unos es más «violable» que la de otros. Decía Cicerón que la justicia es la igualdad bajo la ley. De seguir así terminaremos como Venezuela y aunque seremos más ricos, tendremos menos dinero. A la miseria común.