Diario de León
Publicado por
césar gavela
León

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La gaveta

Victoriano Crémer era sólo ocho añ os más joven que Borges, y nueve que García Lorca. Crémer era mayor que el poeta Miguel Hernández, que murió hace casi setenta años. Crémer era, pues, un hombre que había logrado romper las costumbres del tiempo; colocarse en otra parte. En un lugar intermedio que le permitía estar en el mundo del modo más consciente y comprometido, y a la vez tener el aura de quien conoce las más misteriosas dimensiones.

Supongo que en la ciudad de León ese secreto era difícil de sostener, pero quienes no vivimos en León, hace ya muchos años que habíamos situado a Crémer, instintivamente, en un lugar indefinible. Mitad tiempo, mitad palabra.

Ese territorio es la poesía, por encima de todo. Como ratificó Crémer hace poco, al ganar con su último libro el premio Jaime Gil de Biedma. Y con la edición de toda su obra. Crémer fue, esencialmente, un poeta. Eso lo explica todo, y lo hace perdurable. Crémer, que se ha ido el mismo año que Pereira, otro gran poeta en verso y en prosa.

Crémer fue niño en los ecos de la guerra de Cuba, adolescente cuando la guerra de Marruecos, joven en la República y ya menos en la guerra civil, que tanto le marcó. Crémer era un señor de cierta edad en la postguerra. Todo esto es prodigioso y es sencillo a un tiempo. Porque Crémer siempre estaba; nunca defraudaba. Siempre acudía. Siempre su palabra. Recuerdo muy bien cuando supe de él: fue en el libro de literatura del bachillerato. En 1967. Allí estaba Crémer. Y Eugenio de Nora. Iban en la misma página, y a mí me maravillaba que fueran leoneses, aunque Crémer hubiera nacido en Burgos. Dos leoneses allí, descolocados de generaciones y geografías. Pero firmes y tan necesarios.

Crémer vivió la vida del escritor provinciano. Desde ahí se bastó y se cumplió. Para mí fue una revelación conocer su voz. Su sonido. Yo vivía en el Bierzo, pero me fui interno a Astorga. En 1969 supe que el puerto de Manzanal era una barrera tan grande como los Pirineos. En lo informativo. Porque en el Bierzo los periódicos de Madrid llegaban un día después que en la zona llana de la provincia. Y porque en el Bierzo sólo se escuchaba la querida emisora comarcal.

Aquel pequeño desplazamiento hacia el este significó poder leer la prensa de Madrid en el día, aunque fuera al atardecer, y, sobre todo, escuchar las emisoras de León. Un día de enero de 1970, del enero más crudo que he vivido, con Astorga bajo una nieve muy alta, descubrí en las ondas de la capital la voz de Crémer.

Era la palabra de un hombre ya mayor entonces. De un hombre libre, inteligente, crítico. Que decía, observaba e iluminaba en medio del último franquismo. En aquel mundo necio, injusto, corrupto, clasista y aburrido la voz de Crémer era agua fresca, campo de esperanzas, infatigable juego de ironías.

Me hice devoto de él. Seguía su programa con pasión, aprendí mucho allí. También empecé a intuir que hay muchos Crémeres. Su larga vida dio tiempo a que todos fructificaran. Cada uno tiene su Victoriano Crémer; y yo nunca olvidaré aquella voz que sonaba en la bella provincia nevada; en aquel tiempo precario.

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