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León

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El baile del ahorcado cristina fanjul

El cierre de Garoña es una demostración de la puerilidad con que el Gobierno afronta la política energética española. Si bien es cierto que la energía nuclear no es la única solución, no hay solución posible sin ella. Lo que ocurre es que queda muy bien enarbolar la bandera progre de lo verde mientras la factura la pagan otros. Bien pensado es normal porque, como decía la anterior ministra de Cultura, el dinero público no es de nadie. A este paso ni el público ni el privado. Las renovables deben ser una de las patas, pero si soportan más peso que el resto, los paganos veremos cómo en el 2013 nuestra factura eléctrica crecerá un diez por ciento. En este caso, los culpables son tanto tirios como troyanos. De hecho, José María Aznar cerró Zorita, cuando debería haber puesto en marcha un plan para construir nuevas centrales. Nuestra dependencia energética es abrumadora. Francia se ríe de nosotros cada día. No sólo le pagamos por un producto que podríamos generar nosotros, sino que además recibimos gustosos sus residuos radiactivos y los almacenemos en nuestras piscinas. Además, sus centrales están tan cerca de nuestra frontera que un improbable accidente no discriminaría en víctimas de una u otra nacionalidad. Incluso en el tema de los resíduos estamos atrasados. Países como Francia, Japón, Gran Bretaña u Holanda han comenzado a reciclar el combustible nuclear usado ante la certidumbre de que se trata de una fuente de energía limpia, y no un material inservible. Es decir, que resulta que uno de los grandes argumentos esgrimidos por los ecologistas para criticar la energía nuclear queda también desechado. Cada día son más los que se ven ayunos de acceso a la energía para llegar al desarrollo. Este derecho sólo puede ejercerse contaminando o a través de una política razonable que incluya el desarrollo nuclear. También con déficit. Ahorren todo lo que puedan porque les tocará pagarlo.

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