Diario de León
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León

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Burro amenazado pancho purroy

Pocos espectáculos hacen madrugar más a la gente que los encierros de los Sanfermines, carrera ante los toros hecha aún más famosa por exponerla en televisión. Más que el milagroso capotillo de San Fermín, protector contra cornadas, los últimos años han dado con la clave de utilizar cabestros jóvenes, de veloz zancada, que obligan a la manada de bravos a salir desde la cuesta de Santo Domingo a toda velocidad, casi sin fijarse en mozos caídos o refugiados en las aceras. Incluso divisas que tienden a la disgregación, como las de Domecq o Cebada Gago, corren ahora en grupo acelerado, sin cornúpetas que se rezaguen y empitonen a la marabunta humana. Hay más heridos por caídas y empujones que por asta de toro.

De siempre, la mocina pamplonesa acude al encierro si la noche precedente no ha sido de demasiado bebercio y farra, Con la tele y el narcisismo de aparecer de valiente, ha surgido la casta lamentable de los divinos. Se trata de ejemplares que sólo viven para la gloria de ser contemplados, con una mala educación de órdago, capaces de empujar y poner en peligro al que se cruce en su carrera de presuntos héroes gloriosos. Ya una hora antes del cohete los observas como si fueran atletas haciendo flexiones y estiramientos para llamar la atención. En vez de acudir a las dianas y bailar a los sones de la Pamplonesa, con paradas revitalizantes a beber algún caldico o una mistela con churros, enseñan -”voluptuosos ellos-” pantorrillas y muslitos como cabareteras de puticlubs caros. Afortunadamente, estas fiestas populares y divertidas, repletas de risas, chanzas, música y animación desbordante, de mucho beber y raras broncas, olvidan la egolatría de los infumables divinos y disfrutan con charangas y mozos que ofrecen la hospitalidad de Navarra.

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