La Euskadi oculta
La veleta | Maite Pagazaurtundua
Presidenta Fundación Víctimas del Terrorismo
En Euskadi, los uniformes de los ertzainas, policías, guardia civiles o militares no se cuelgan al sol. Cuando la familia del superintendente de la Ertzaintza Carlos Díaz Arcocha regresó a tu tierra natal, Teresa, una de sus hijas, era estudiante de secundaria. En el instituto alguien le preguntó que a qué se dedicaba su padre y contestó, con toda candidez, que era militar.
Al salir de clase, una joven, hija de un guardia civil, le explicó que no volviera a repetirlo. Aisha Mohamed, viuda de un policía nacional asesinado en Irún, también ocultaba la profesión de su marido. Ella había contado que eran emigrantes, que venían de Francia. El documental producido por la Fundación Víctimas del Terrorismo que relata estas y otras vivencias también se emitió en secreto, sin aviso, con nocturnidad, en la televisión autonómica hace algún tiempo.
El informe del Defensor del Pueblo vasco (Ararteko) desvela parte de la realidad brutal y aberrante con la que nos hemos acostumbrado a convivir. Cuarenta y dos mil personas amenazadas de muerte. Miles de exiliados. Un porcentaje de adolescentes importante que no entiende que la mayor vulneración de los derechos humanos es el asesinato de un ser humano. Si se asesina en nombre de la identidad sagrada de los vascos, pueden asumirlo.
Hay muchos padres que parece que no se enteran de que han criado fanáticos de la identidad hasta que es demasiado tarde y les han pasado desapercibidos todos los indicios, porque la toxicidad ambiental ayuda a mantener la impunidad y a la ignorancia consentida. Las escuelas vascas necesitan que los jóvenes en edad escolar conozcan la persecución absurda, el dolor de los seres humanos vejados hasta la muerte. Los ciudadanos también necesitan recuperar la sensibilidad, incluso si duele y molesta mirar lo que resulta difícil de ser asumido.
Los inocentes reclaman que se deje de mirar hacia otro lado. Que los claustros escolares no busquen ahora excusas por miedo. Que se borren las pintadas. Que se honre la memoria de seres humanos inocentes asesinados e invisibles en nuestros pueblos. Que los Ayuntamientos no se escondan del Ararteko, y sobre todo, de sí mismos, de su propia responsabilidad. Que ETB no se ampare en las audiencias para enviar ciertos documentales a la clandestinidad.
Podemos seguir mirando hacia otro lado y aumentando la cuenta de la ignominia compartida. Y podemos actuar.