Cantad, cantad, malditos
A esgaya | emilio gancedo
Vas a las fiestas («a fiestas», como se dice por allá) de Bilbao y ves cómo cientos de personas entonan juntas el Mari Jaia a voz en grito. No digamos ya el Pobre de mí sanferminero en Pamplona, el Asturias patria querida (aunque éste se haya convertido ya en el universal himno de los desvaríos alcohólicos) propio del hermano Principado o el melancólico Qué din os rumorosos... con el que se abrazan los gallegos. Bueno, son símbolos. Nosotros también tenemos A la luz del cigarro aunque se pase de atorrante o el Sin León no hubiera España que, recordemos, y ciñéndonos a lo oficial, es el himno de la capital pero no el de la provincia ni el de toda la región cultural leonesa: ese aún no existe. Nadie se ha puesto a ello.
A lo que voy es a la unión, al abrazo común, al sentirse unido por algo que no siempre resulta fácil de explicar. Al lenguaje oculto de los lazos. Resulta sorprendente, incluso científicamente, digno de estudio, comprobar cómo se han desanudado (pero, ¿estuvieron alguna vez unidos, o por lo menos unidos tal y como hoy entendemos lo que es el sentir colectivo de un territorio?) los lazos entre leoneses. No cabe duda de que en los últimos años se ha registrado notables movilizaciones populares en torno a ataques directos contra el patrimonio natural, la identidad o la integridad de esta tierra, pero... ¿son expresión de una solidaridad real, íntima, entre vecinos de todas las comarcas? ¿Uno de Valdeón siente como verdaderamente propios los problemas de la Valduerna? Es muy largo el camino del afecto real.
Mientras tanto, el poder autonómico se aprovecha de ese lazo a medio desatar e intenta tirar de ambos cabos. Apoya y fomenta las rupturas en vez de crear cauces de entendimiento. Tú divide que vencerás. Véase el caso del Bierzo y ahora, el de las DOT, que separarán -”tal cual-” la Montaña Oriental del resto de León. ¡Oye, qué curioso que esto sólo lo hagan aquí y no en otros lugares! Quieren que cantemos, pero jamás unidos, nunca en coro.