Diario de León

Un centenario de merecida memoria

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León

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Tribuna | Secundino González

Periodista y formador

Cien años hubiera cumplido este 21 de julio, Ángel González García, leonés de Robles de Laciana, si no nos hubiera dejado apenas cumplidos los cincuenta y ocho. Y es curiosamente ese ya largo tiempo sin él lo que dimensiona su figura y la recupera con plena actualidad.

Es un hecho que seríamos mucho más insignificantes sin esa herramienta intelectual de primer orden que es la memoria, que nos permite mantener vivo el recuerdo de conocimientos y episodios, muchos de ellos sin incluso tener voluntad de almacenarlos. Como es sabido, hay en la memoria un recinto especial para las personas que marcaron nuestras vidas con huella indeleble, y que no parecen tener fecha de caducidad porque su vigencia se detecta cada día. Parece como si lo que merece vivir siempre estuviera condenado a vivir poco; sólo viví a mi padre durante mis primeros dieciocho años y, sin embargo, le percibo al lado en cada instante, tal vez porque sus enseñanzas, no impartidas, siguen siendo tan actuales.

En un mundo donde ha ganado demasiado terreno la exageración, y donde la desmesura está en el origen de lo que hoy llamamos «crisis», cobra particular relieve aquella recurrente expresión suya: «Todo tiene su medida»; una verdad tan obvia como poco aplicada, y que ponía de manifiesto un espíritu singular de moderación y sensatez. Nadie duda hoy día de que en algunas actividades la velocidad excesiva nos ha dejado ya demasiados desajustes; lo bueno no ha de ser siempre nuevo, y resulta descorazonador en este sentido el trato que hoy reciben nuestros mayores, incluso en las empresas en las que se consideran obsoletos a los que no lo son ni por edad ni por capacidad. Y que no nos digan a modo de hechos consumados que lo que pasa es que «el mundo ha cambiado» y que eso es irreversible, porque si algunos cambios lo son para mal habrá que rectificar, y baste mirar al inflado mercado inmobiliario actual donde nadie imaginaba que algún día habría que meter la marcha atrás. Claro que hay que mirar al futuro y ganárselo, pero eso no quiere decir que un vistazo al pasado sea sinónimo de retrógrado.

Cuando todavía hoy se debate el papel de los padres en nuestra sociedad, es grato recordar cómo ejerció él esa responsabilidad: con ponderación y sobriedad no exentas de exigencia, sin concesiones a la galería -”no era nada zalamero-”, y sin embargo, qué cercano le sentí siempre. Déjame decirte, padre, que alguno de tus nietos, para mi satisfacción y la de los que le tratan, incorpora esas maneras que le reconozco y admiro.

Recuerdo cómo ejerciste tu actividad profesional desde un afán positivo de entendimiento, que tenía en la palabra y en la conversación sus mejores cimientos. Fuiste dialogante y ameno conversador; cosechaste clientes que siempre se tornaban admiradores tuyos porque seducías con tu sensibilidad, tu fino sentido del humor y tu inteligente manera de combinar «aguante» y «disfrute». Eras amable, algo que actualmente apenas se practica.

No quiero caer en el desmedido elogio que brota con facilidad de la mitificación de los ausentes, pero es que enriquece extraordinariamente tu memoria escuchar a los que te conocieron describirte siempre con el afecto imperecedero que sólo generan las personas como tú. Y te diré que todavía quedan en Madrid y en el Valle de Laciana -”que tanto amaste-”, quienes agrandan nuestro orgullo al recordarte.

Dedicado como estoy desde años a la formación, debo señalarte que todo lo que vertebra mi discurso brota de tus enseñanzas y de tu contenedor de valores, porque incluso con tus silencios dabas lecciones de saber estar, tan necesarias por cierto en nuestro tiempo. La verdad es que te viví poco y siento muy grande tu legado. Siempre quise parecerme a ti, por eso nunca he comprendido a los que proclaman que hay que romper con el padre para autoafirmarse; es más, me parece una solemne majadería. Siento una especial satisfacción cuando alguien me percibe algún parecido contigo, y creo que ya es hora de reivindicar el término paternal, en creciente descrédito, pero que tiene en su raíz semántica todo lo mejor del ser humano.

Habías alimentado tu curiosidad y afán de conocimiento en aquellos tus años escolares en el colegio Sierra y Pambley de Villablino, y enriqueciste después tu verbo y tu cultura con la pluma de los escritores y de la prensa diaria, porque sabías que un profesional formado tenía que estar informado. Tal vez por eso conocías el mundo sin haber viajado y poseías el lujo de hablar con naturalidad de lo cercano y lo remoto como si nada te fuera ajeno. Recuerdo aquel viaje de retorno a bordo del plateado tren TAF; con qué ilusión lo esperamos en el andén y qué sensación de modernidad experimenté al ver su entrada refulgente en la estación de León, momento que glosaron tus palabras siempre devotas con el progreso. Conocías con detalle los itinerarios, se notaba que disfrutabas cada momento con lo que tenías y que amabas lo que ya poseías -”qué gran lección para tanto insatisfecho de hoy-”.

Muchas cosas se han transformado desde que nos dejaste hace cuarenta y dos años, pero por citar algo tan próximo a tus aficiones, te diré que en tu entrañable pueblo de Robles suenan cada mes de julio los acordes de la música clásica por feliz iniciativa del pintor Eduardo Arroyo. Cuando acudo a estos conciertos tengo la sensación de que desde algún lugar escuchas con satisfacción cómo en el Valle de Laciana se pueden oír los clásicos que a ti te fascinaron, desde Chopin a Schubert.

En fin, podías haber cumplido tu centenario con nosotros; ya no es tan excepcional, lo lograron tu hermana Aurora y la abuela Benita de Lumajo, a la que, por cierto, con tal motivo escribiste una carta que he podido recuperar y enmarcar para recrear con su lectura los matices de tu personalidad y manera de entender la vida.

Quisiera con estas líneas que hoy publica gentilmente este periódico de tu tierra, honrarte a los cuatro vientos en este centenario que hoy conmemoro sin ti. Felicidades, padre, allá donde estés, y que sepas que contigo no cabe el olvido, que aquí seguirás vivo, al menos mientras yo viva.

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