La nueva cosmopolítica
Tribuna | Pedro baños
Teniente coronel, profesor del Ceseden
Los inicios del siglo XXI asisten a una renovada carrera espacial que no sólo recupera la fuerza de los años más intensos de la Guerra Fría, sino que se acelera por momentos. Aunque ahora ya no pugnan únicamente Rusia y Estados Unidos en el ring formado por los confines del cosmos. Nuevos púgiles se han unido a la confrontación por el dominio de espacio exterior, destacando entre ellos China. Poner pie en otros planetas proporciona un indudable prestigio internacional, un muestrario del potencial tecnológico y una notable capacidad de influencia geopolítica. Pero la actual competición por adelantarse en el control espacial tiene otras connotaciones más básicas, casi elementales. En el caso del gigante asiático, es una cuestión de supervivencia.
Para mantener el ritmo de desarrollo y garantizar su progreso económico y social, China precisa de enormes cantidades de recursos naturales y energía. Al tiempo, su población tiene sus propias exigencias para sobrevivir, como son los alimentos y el agua. La China recién llegada a la pugna espacial no dispone ni de recursos naturales ni energéticos suficientes para su pervivencia en el tiempo. Por si fuera poco, cuenta con una cuarta parte de la población mundial cuando apenas acumula el 10% de las tierras cultivables, las cuales van disminuyendo por la desertización; lo que le obliga a comprar tierras de cultivo allá donde le dejan, como en Sudán. Y este escenario, además, se puede deteriorar rápidamente a medida que se vaya confirmando el cambio climático y el calentamiento global asociado.
Así las cosas, el futuro para China se presenta poco esperanzador en la Tierra, donde se acrecienta la contienda por los cada vez más escasos recursos tanto por su sobreexplotación como en proporción a la población mundial. Ésta no deja de crecer y alcanza ya los más de 6.700 millones de personas, cifra que la ONU estima que se duplicará en 70 años. Una circunstancia que impulsa a Pekín a buscar alternativas en el mundo exterior, comenzando geno, sin que sea descartable que se pueda obtener agua a partir de los elementos presentes. Pero lo más importante, su verdadero valor, es la confirmada presencia de ingentes cantidades de Helio 3. Este isótopo no radioactivo, rarísimo en nuestro planeta, está considerado como la principal fuente de producción de energía futura, mediante fusión nuclear. Localizado a ras de suelo, sin dificultades para su extracción, se calcula que puede haber en la Luna hasta cinco toneladas. Aunque pueda parecer poco, con la tecnología actualmente en experimentación servirían para producir energía eléctrica equivalente a 50.000 veces la que se consume anualmente en todo el mundo. Los chinos no ignoran que la nación que logre el control de tal fuente de energía será el imperio dominante de los próximos siglos.
Además, la Luna tan sólo sería un paso previo para la verdadera conquista del espacio. El siguiente peldaño es el impresionante planeta rojo, Marte, con características muy similares a la Tierra.
Tras la confirmación de la existencia de al menos tres millones de metros cúbicos de hielo -” de gran pureza-” en su superficie y de posible agua líquida en sus entrañas, se convertiría en el lugar ideal para albergar un amplio asentamiento permanente de humanos.
Lo que serviría para aliviar la creciente presión poblacional, como refugio alternativo en caso de desastre terrestre -”natural o provocado-” y como base para proseguir la entonces ya imparable colonización espacial.
Así las cosas, Pekín intenta adelantarse a cualquier otra iniciativa para convertirse en el dueño del espacio. El proceso que a Rusia y EE UU les ha llevado medio siglo lo han resuelto los chinos en apenas seis años. En octubre de 2003 pusieron su primer hombre en el espacio; en noviembre de 2007 realizaron su primera prueba lunar; en 2005 dos astronautas fueron puestos en órbita durante una semana; y en septiembre de 2008 enviaron tres astronautas al espacio durante 68 horas, realizando el primer paseo espacial. Con apenas una décima parte del presupuesto espacial norteamericano, China cuenta ya con tres instalaciones de lanzamiento, próximamente dispondrá de su propia estación espacial y está dispuesta a establecer la primera base lunar habitada, con el objetivo de posicionarse antes que nadie en Marte. Por si fuera poco, también aspira a liderar el suculento mercado espacial, con un volumen de negocio de más de 150.000 millones de euros anuales y que se llevará en gran medida quien demuestre mayores éxitos.
Sin duda, China tiene todos los ingredientes para conseguir ser el primer imperio del cosmos. Representa una necesidad ineludible de supervivencia, tanto para el Estado como para su inmensa población; dispone de suficiente capacidad económica; su voluntad política es firme y decidida; tiene mentalidad largoplacista; y cuenta con especialistas altamente capaces y motivados. Frente al avance chino, el resto de las potencias espaciales trata de acelerar sus propios programas. Estados Unidos, la Agencia Espacial Europea, Rusia, India, Japón, Francia y el Reino Unido cuentan, en mayor o menor medida, con desarrollos propios o, en muchos casos, conjuntos, como único modo de enfrentarse al sorprendente potencial espacial de Pekín.
Para algunos, ya comienza a ser una obsesión impedir ser superados por China. Como para una Rusia que fue la primera potencia espacial y que atesora tecnología, experiencia y personal especializado. O para Estados Unidos, dominador de la exploración marciana durante los últimos 50 años. Sin embargo, China lleva las de ganar en este juego de dominación que ya no está en la Tierra, sino en el espacio. Donde la geopolítica ha dado paso a la cosmopolítica, al futuro, a la supremacía de generaciones venideras.