8.000 muertos

Contracorriente miguel paz cabanas

Con esa cifra, sin pretender alarmar a nadie, se han despachado recientemente nuestras autoridades sanitarias, haciendo un cálculo de los fiambres que va a provocar el nuevo virus que tiene amedrentado a medio planeta. A lo mejor, finalmente, son más, o puede que menos, pero ese número cargado de ceros y con un ocho orondo encabezando la siniestra estadística, la necrológica masiva y anticipada, le deja a uno no con la piel de gallina, pues esta vez la cosa va de cerdos, pero sí con el corazón encogido de pavor. Se me dirá que así son las cosas, que es mejor ir con la verdad por delante, que al fin y al cabo tarde o temprano la vamos a diñar todos, pero a mí que se pongan esas cifras en la portada del periódico no deportivo de mayor tirada de este país, me parece de un tremendismo insano, de película de terror de serie B, de ultimátum y juicio final. Llevamos así muchos años, viviendo con el miedo en el cuerpo, con razón o sin ella, como si en el fondo de lo que se tratase no sólo sea de informar objetivamente, sino de tener acojonados y con el ánimo en un puño a los sufridos ciudadanos. Pues nada, a caer como moscas, pero de momento les revelaré que -es un dato absolutamente verídico- en un pueblo de la sierra de Madrid, donde se organizan multitud de campamentos juveniles, hay un médico paranoico que se jacta de registrar todos los días una docena de casos de gripe A, aunque a veces mezcle entre los potenciales moribundos y los diagnósticos tremebundos a pacientes con una vulgar faringitis. Puede que sólo sea ese médico en todo el territorio nacional (la oveja negra en este caso, y es que no nos libramos de los animales: qué les habremos hecho para que inicien esta cruzada contra nosotros), no pondré en duda yo la profesionalidad de tanto doctor, pero es que entre unos y otros vaya hartazgo señores.