Diario de León
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Historias del Reino MARGARITA TORRES

No les voy a engañar, a estas alturas del camino que llevamos recorrido juntos no podría: como miles de leoneses y leonesas, admiro la Obra Hospitalaria de San Juan de Dios. La de dentro, la de los hombres y mujeres, la de los hermanos, los médicos, el personal sanitario en general, las personas, con mayúsculas, que se ocupan con eficacia y amabilidad de los más débiles: los enfermos-¦y sus familias. Mi caso es igual que el de muchos de ustedes que han encontrado una palabra amiga, un gesto dulce o un buen hacer cortés y una práctica profesional en aquel centro. Les tengo cariño, agradecimiento, y admiración. Muchos no seríamos capaces de entregar nuestras vidas como ellos lo hacen, lo llevan haciendo desde los tiempos de aquel Juan de Dios colocara la primera piedra de este proyecto, allá por el siglo XVI, después de estremecerse ante el sufrimiento y la pobreza de sus semejantes y el abandono institucional. Pilares que le llevaron a construir un milagro con sus manos y la fuerza de su espíritu. Un sueño que ha salvado vidas a lo largo y ancho del mundo, que ha ofrecido dignidad a quienes todo lo habían perdido, consuelo a los abandonados, a los ancianos, a los que nada poseen salvo la vida. Quizás en este contraste tan brutal brilla aún más la excelencia, por eso una buena noticia supone un soplo de viento fresco, el puerto en el que atracar unos instantes en medio de la tempestad de la vida. Especialmente en esta provincia ya más geriátrico que guardería, donde crece la población de osos y decrece la de hombres, en la que pronto la vegetación acabará devorando los pueblos abandonados de memoria y gentes, de vez en cuando recibe una palmada en la espalda que ayuda a continuar.

Y es que mientras desde la Junta se racanean los servicios públicos y se exige al personal sanitario que tenga una pierna en Zamora, otra en Toro, la cabeza en Sanabria y el corazón en el quirófano, de tanto estirar su presencia, de vez en cuando brilla algo de esperanza, normalmente hija del impulso de las personas con nombre y apellido o las instituciones, habitualmente privadas, con raigambre centenaria, como la Orden que nos ocupa. El último, la nueva ampliación del Hospital de San Juan de Dios. Médicos, técnicos sanitarios, hermanos nos ayudan en los momentos de mayor desamparo. Aquí, en el primer mundo, y donde nadie desea acudir, como África o América Latina. Territorios que sangran riqueza por las venas de sus muertos, a quienes nuestras armas y avaricia arrancan la dignidad. En Liberia, por ejemplo, los hermanos de San Juan de Dios atienden a una población de más de un millón de personas con donaciones y apoyo que no mueren en el acto de la entrega, sino que van más allá, pues también se destinan a formar a sus habitantes para que, un día, puedan construir un mundo mejor al que les hemos dejado. Algunos cretinos se burlaron cuando nuestra vicepresidenta Fernández de la Vega visitó Monrovia y ese hospital. Muchos se lo agradecimos de corazón, pues se trataba de reconocer un esfuerzo que carece de colores políticos, ya sea en África o en León. Creo que Juan de Dios, aquel pobre loco de Granada, puede sentirse orgulloso de sus hijos.

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