Diario de León
Publicado por
León

Creado:

Actualizado:

Tribuna | PEDRO MENÉNDEZ MARTÍNEZ

Hace unos días se publicó en un diario digital la siguiente noticia: «Krugman recomendó a Greenspan en 2001 crear una burbuja inmobiliaria». En concreto se refería a un artículo del reciente Premio Nobel de Economía publicado en New York Times el 2 de agosto de 2002 en el que aconsejaba lo siguiente: «Para combatir esta recesión, la Fed necesita contestar con mayor brusquedad; hace falta incrementar el gasto familiar para compensar la languideciente inversión empresarial. Y para hacerlo, Alan Greenspan tiene que crear una burbuja inmobiliaria para reemplazar la burbuja del Nasdaq».

La situación a la que hace mención Krugman es el estallido de la burbuja tecnológica y los atentados del 11-S en 2001. Las consecuencias de este consejo todos las conocemos.

Esta noticia nos debe hacer reflexionar sobre el concepto de burbuja, sus orígenes y sus consecuencias. Para ilustrarlo, de nuevo, no hay como acudir a los clásicos, en este caso se trata de un libro publicado en España en 2008 titulado «Delirios multitudinarios. La manía de los tulipanes y otras famosas burbujas financieras» que contiene un extracto de tres escándalos financieros producidos entre los años 1635 y 1729 recogidos en un libro del autor escocés Charles Mackay publicado en 1841 y aún no traducido al castellano.

Cronológicamente el primero de ellos se refiere a la conocida manía de los tulipanes en Holanda, país distinguido por el desarrollo económico que ya entonces disfrutaba como consecuencia de la laboriosidad y el carácter emprendedor de sus gentes. Parece increíble, pero así es, que en este entorno naciese una desmedida demanda de bulbos de tulipán de tal forma que los holandeses vendían sus casas para adquirir un solo bulbo de esta planta. Se estableció, incluso, un mercado de futuros de modo que se adquirían bulbos de algunas de las variedades más demandadas cuando todavía estaban germinando dentro de la tierra. Esta situación de locura colectiva explotó llevando a la ruina a gran parte de la población en el momento en el que el bulbo de tulipán volvió a cotizarse a sus precios razonables. La situación fue tan estrambótica que hasta un reputado pintor, Jan Brueghel el Joven, pintó en 1640 un cuadro titulado «Una sátira de la manía del tulipán» en la que unos monos intercambiaban bulbos.

El segundo gran escándalo financiero que registra el libro se refiere a la Compañía de los Mares del Sur. En este caso se creó en Inglaterra una compañía denom inada «Compañía de los Mares del Sur» con la finalidad de explotar las inmensas riquezas de las colonias españolas en América del Sur invocando un hipotético acuerdo comercial con España. Para ello se emitieron acciones con la finalidad de su suscripción por la población en general. Fue tal la demanda de títulos y el incremento exponencial de la cotización de los mismos que se produjo un efecto llamada que favoreció la creación de otras muchas compañías de acciones que pronto recibieron el nombre de «burbujas» constituyendo el nacimiento de esta denominación para este tipo de situaciones. Entre esta avalancha de «proyectos empresariales» que, siguiendo ese mismo esquema, demandaban liquidez al mercado para la financiación de sus actividades había proyectos plausibles otros, sin embargo, reclamaban la atención de sus potenciales accionistas con argumentos tan peregrinos como éste: «Una compañía para desarrollar un asunto muy ventajoso, pero que nadie debe saber en qué consiste». Este «proyecto» emitió cinco mil acciones de cien libras de valor cada una. Al día siguiente entre las nueve de la mañana y las tres de la tarde consiguió colocar entre sus crédulos accionistas mil acciones con el desembolso total de dos mil libras en depósitos. Nunca más se supo del individuo en cuestión. Finalmente las autoridades británicas consiguieron reconducir la situación aunque con un inmenso coste para el erario público.

Estas experiencias y otras parecidas nos deben llevar a pensar cómo es posible que en sociedades avanzadas se puedan producir situaciones de locura colectiva que ponen en peligro los pilares económicos en los que se sustenta nuestro bienestar. Parecería que la racionalidad en la toma de decisiones está en proporción inversa al grado de desarrollo social, económico y educativo de la sociedad. Y nos debería llevar a pensar, también, qué mecanismos hacen posible que, lejos de obtener lecciones de acontecimientos pasados, repitamos los mismos errores en las sucesivas burbujas que hemos vivido (tecnológica o inmobiliaria) y otras que, si nadie lo remedia, viviremos en el futuro.

Hay autores que han estudiado desde diversos puntos de vista la intrincada naturaleza humana y nuestro carácter autodestructivo. Seguramente uno de los más lúcidos, breves y brillantes sea el debido al historiador y economista italiano Carlo M. Cipolla en su célebre ensayo «Las leyes fundamentales de la estupidez humana» en el que trata de investigar, conocer y de neutralizar una de las más poderosas y oscuras fuerzas que impiden el crecimiento del bienestar y la felicidad humana.

La Cuarta ley Fundamental afirma que: «Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas. Los no estúpidos, en especial, olvidan constantemente que, en cualquier momento y lugar, y en cualquier circunstancia, tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un costosísimo error».

Especialmente nociva es la ecuación estupidez-poder (de cualquier tipo, no solo político) que nos expone Cipolla: «La capacidad de hacer daño que tiene una persona estúpida depende de dos factores principales. Antes que nada depende del factor genético. Algunos individuos heredan dosis considerables del gen de la estupidez... El segundo factor que determina el potencial de una persona estúpida procede de la posición de poder o de autoridad que ocupa en la sociedad... La pregunta que a menudo se plantean las personas razonables es cómo es posible que estas personas estúpidas lleguen a alcanzar posiciones de poder o autoridad» .

En fin, convenzámonos de ello, el camino hacia la prosperidad económica (personal y social), hacia el trabajo bien hecho, hacia la responsabilidad y la coherencia no admite muchos atajos. Es un camino más laborioso y no exento de dificultades, desde luego, pero a largo plazo nos puede garantizar el éxito como individuos y como sociedad.

tracking