Leer
Al día | rafael torres
Leer se está quedando en una cosa para el «metro» y para las vacaciones. Queda la lectura, pues, en esos extraños reservorios, bien que ya casi únicamente en su faceta de evasión. En el «metro» se lee, lógicamente, para evadirse del «metro», pero a primera vista ya no resulta tan lógico que en las vacaciones se lea para eva dirse de las vacaciones. A segunda vista, en cambio, sí. Las vacaciones provocan una tensión extraordinaria y a menudo discurren en escenarios hórridos, calcinantes y espantosos, de modo que la visión de tanta gente en la playa o en el césped de las piscinas leyendo abstraida, ajena a la realidad que la circunda, podría inducir a componer la falsa idea de que en España se lee mucho, cuando lo que en realidad sucede es que existe una inconmensurable necesidad de evadirse. Bien es cierto que las vacaciones se presentan, desde la perspectiva de los ritos y las convenciones sociales, como una evasión de la rutina, pero siendo éstas rutinarias igualmente, aunque perteneciendo a la esfera de una rutina extraña, ajena e incómoda, de una rutina que no es la de uno, algo tiene que venir a ayudarnos a evadirnos de ellas, y en eso han encontrado los libros, la lectura su último reducto.
La lectura en el «metro» es, por su parte, lo que ha inducido a los sociólogos y a los editores a suponer que las mujeres leen más, pero lo cierto es que sólo leen más en el «metro», que es donde se las ve leer, en efecto, en mayor proporción que los hombres. Pero si se las ve leer es porque se las mira, y aquí está una de las claves de por qué las mujeres leen más que los hombres en el «metro»: para evadirse del «metro» y, particularmente, de la mirada de los hombres que viajan con ellas en el claustrofóbico vagón, a menudo frente a frente y, por razones de espacio, sin guardar la mínima distancia que exigen el confort y la intimidad. Pero, en fin, sea como fuere, la lectura, que creíamos una práctica casi extinguida, libra en el «metro» y en las vacaciones su última batalla.