Espías en Madrid
La veleta | josé luis gómez
La izquierda se pregunta desolada qué razones pueden impeler a los votantes de la derecha a pasar por alto los escándalos de altos cargos del PP, mientras el que más y el que menos recuerda cómo cualquier asunto feo de la izquierda encien de todas las alarmas a izquierda y derecha, sea cual sea el ámbito elegido: las instituciones, la calle o los medios de comunicación afines a cada cual. Quizá no sea el recién iniciado agosto el mejor mes del año para desentrañar semejante misterio, digno de algo más que un curso de verano en la UIMP, pero lo que sí es cierto es que la cosa promete. A falta de penetrar lo más dificultoso y recóndito de la enigmática materia, cuando menos cabe encontrar la diversión o el entretenimiento. Y no tanto por los trajes del elegante presidente Camps, que es un caso un tanto chusco, como por las entregas de los espías de Madrid.
Tras semanas de silencio, el caso del espionaje entre cargos del PP en la Comunidad de Esperanza Aguirre reaparece con considerable estrépito. Resulta que, según un informe policial, al menos durante siete días, tres ex guardias civiles contratados por el consejero de Interior de Madrid, Francisco Granados, siguieron al ex consejero de Justicia del mismo Gobierno, Alfredo Prada, quien no está considerado como un hombre afín a Esperanza Aguirre, sino al líder del PP, Mariano Rajoy. Y para probarlo, una vez más, los teléfonos móviles le han jugado a alguien una mala pasada. Los acusados, tras negar sus actuaciones, ahora tropiezan con evidencias que les aconsejaron declarar ente el juez encargado del caso que no espiaban pero que hacían contravigilancias. La palabra contravigilancia no está en el Diccionario de la RAE pero suele interpretarse por lo que se trata de controlar si alguien o algo está siendo sometido a un seguimiento o vigilancia. En cualquier caso, es una actividad para la que el Gobierno de Esperanza Aguirre no tiene competencias, lo cual incrementa el embrollo, toda una situación embarazosa de la cual no parece fácil salir; máxime cuando los contravigilantes tampoco dieron cuenta de sus actuaciones al Ministerio del Interior, que sí tiene competencias en la materia, ni se lo hicieron saber a los propios contravigilados. Puede que no haya tanta chicha como en el caso Gürtel, pero este lío de los espías promete cada día más. Por un lado, para aclarar los delitos que puedan haberse cometido con tanto baile de espías por ahí danzando, y por otro, para valorar en sus justos términos la importancia que realmente tienen las facciones políticas. Hasta ahora sabíamos que en los partidos había corrientes, pero ignorábamos que tuvieran semejantes voltajes.