Carroñas y hambruna
Burro amenazado | pancho purroy
L a encefalopatía espongiforme bovina ha sido una ruina para la fauna española de grandes necrófagos, especies carroñeras que se quedaron sin cadáveres de ganado en el campo como consecuencia de la obligación de llevar las reses muertas a crematorio. Afortunadamente, el parlamento europeo ha dado marcha atrás en esta normativa y ha vuelto a autorizar el depósito de restos ganaderos sin problemas sanitarios en nuestros campos y montes. La que se denominó «crisis de los buitres» ha tenido gran eco divulgativo, particularmente después de que una bandada de más de 100 buitres ibéricos hambrientos sobrevolase la ciudad de Bruselas en busca de alimento, llegando algunas de estas aves hasta Alemania, en la que no se veían buitres desde las guerras medievales.
En nuestro territorio, innumerables buitres famélicos, anoréxicos por falta forzosa de pitanza, se posaban en los sitios más insospechados: medianas de autopistas, patios de escuelas, plazas de pueblos e incluso barcos, caso del Estrecho de Gibraltar cuando los jóvenes migran hacia África. Por descontado que se congregaban en los basureros, a engullir restos orgánicos y tampax, como si se tratara de vulgares perros, milanos, gaviotas o córvidos. En Castilla La Mancha y Andalucía, en cuanto se disparaban los primeros balazos en una montería, ya estaban las escuadrillas de buitres negros y leonados sobrevolando las posturas. Se quejaban los monteros de que nos les daba tiempo de llevarse los trofeos de ciervos, muflones y jabalíes pues los buitres se posaban de inmediato y dejaban la pieza en los huesos. La escasez de carroñas también ha afectado a los carnívoros señeros de la Cordillera Cantábrica, al oso pardo y al lobo, muy amigos de limpiar el monte de animales muertos. La relación entre poder reproductor ursino y abundancia de comida ha originado un número de camada medio inferior al que ocurre cuando el ganado muerto queda en las brañas. Tener a estos limpiadores naturales es un lujo.