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León

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Fronterizos | miguel á. varela

Tengo un amigo, fotógrafo de prensa, del que llevo algún tiempo escuchando predicciones apocalípticas sobre su oficio: indiferencia ante la calidad gráfica de los medios escritos, vulgarización tecnológica y caída en vertical de la profesionalidad, competencia desleal del universo al que ahora llaman «computación en nube», que pone al alcance de cualquier indocumentado toneladas de información incontrolada o dudosa, planes de ahorro frente a la crisis del sector que inevitablemente acaban restando proteínas al plato que el usuario recibe en forma de papel impreso todas las mañanas-¦ Yo procuraba no hacerle mucho caso porque mi amigo viene de una escuela periodística peripatética, con raíces en la cultura analógica, a la que los vapores químicos del revelado en blanco y negro llegaron a provocar una clara tendencia al pesimismo congénito. Por eso sus quejas las interpretaba como una gracieta de abuelo cascarrabias que debe defender su estatus frente a las nuevas generaciones a base de bufidos a lo Walter Matthau. Ahora me dicen que la última tendencia en materia de relaciones con los periodistas en el ámbito político, aunque la costumbre se habrá experimentado con éxito en otros sectores, consiste en el envío masivo de una declaración grabada y editada que los medios usan sin la más mínima posibilidad de preguntas o de elaboración de materiales propios, como ocurriría frente a la tradicional rueda de prensa. El método es evidentemente barato, tanto para el emisor, que garantiza la colocación estricta de su mensaje, como para el difusor, que ahorra costes de redacción y de tiempo. Pero todos deberíamos de saber que la información de calidad no es barata y que lo barato finalmente nos está saliendo bastante caro en cuanto a la digestión del producto final. Pero lo peor es que ante todo esto no me queda más remedio que darle la razón a mi amigo el fotoperiodista refunfuñón y a sus agoreros presagios.