la opinión del lector (I)
La prepotencia en la actividad política
La prepotencia en Política (con mayúscula) puede ser una virtud, una cualidad o una óptica. Diríamos que hay diferencias entre el ejercicio de la Política, en cuanto constituye un «modo de ser», y de una «política» (con minúscula), como «modo de estar», o «modo de tener». En los textos de Rousseau, y más modernamente de Revel -en cuyas obras habla de la mentira-, o de Maquiavelo, hay manifestaciones, no sólo teoréticas, sino prácticas. El aragonés Baltasar Gracián las podía ilustrar muy bien. Y Rodríguez Adrados las ha descrito con acierto, con referencias a políticas concretas: sexo, feminismo, aborto, etc. Hoy, en la «España en la encrucijada», como he descrito en una reciente obra, no faltan los supuestos específicos de esa prepotencia, como «óptica», no como «virtud» o «cualidad». El presidente del ejecutivo español la usó en su política de negociaciones, ante el terrorismo, con una abuso de su decisión, negándolo, incluso; y aun calificando a Otegui, como «hombre de paz». Otro tanto ocurrió con el «matrimonio» entre homosexuales, y el Estatuto de Cataluña. No sirvieron, para nada, los dictámenes del Consejo de Estado, del CGPJ, o de las Reales Academias. Y ahora lo mismo la prepotencia se advierte con la decisión sobre Carona («Nada, ni nadie», ha dicho Zapatero, y le va a hacer cambiar, para cerrarla en 2013. No ha podido expresar mejor su prepotencia. Creo que no le viene de su padre, ilustre letrado de León sobre el que pudimos informar a los efectos de la asistencia letrada a los trabajadores, en Ponferrada). En esto de la prepotencia, no siempre es algo semejante a la soberbia. Al contrario, suele estar ligada a una falta de conocimientos, a una ignorancia, que es lo más atrevido y peligroso. En la política de cada día -y sobre todo si es de partido-, hay compañeros de viaje que no ayudan a centrar la acción política, inicialmente prepotente. Por ejemplo, Fernández de la Vega enquistó la sustitución del director del CNI, hasta que, a punto de derrumbarse los muros de lo que había sido un buen centro de inteligencia, tuvo que se relevado por el General Sanz, militar, técnico y no prepotente. (El padre de la citada vicepresidenta, al que conocimos en Zaragoza, como experto laboralista, tenía esos rasgos). Como le puede ocurrir a Bono, con matices de las habilidades de Tierno Calvan, y mezcla joseantoniana-jesuítica. O a Rubalcaba, un hábil pasiego, en donde la prepotencia le embadurna con dosis de buenos gestos. (Lo que no ocurría con su padre, aviador en el ejército de Franco). De Elena Salgado, vicepresidenta, porque podría decirse ahora, porque se acaba de estrenar (aunque en su familia, hay el antecedente de un servidor formado en la Academia de Mandos de José Antonio). Lo que expongo, lo hago sin reproches, con respeto a su ideología y antecedentes. Lo de Carona es «todo» un mal síntoma de «ordeno y mando», que puede contagiar a todo el tejido de una sociedad en democracia. Esto, por contagio, como las pandemias, sería más grave, como expresión de una prepotencia para el gobierno. Frente a la pedagogía, que entraña, por sí misma, visión para el futuro, que es, como decía Corts Grau, lo que importa.