Diario de León
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Al trasluz | eduardo aguirre

Su apellido le predestinaba a ser librero. Jesús Pastor padre formaba parte del paisaje urbano de esta ciudad. Pastoreaba libros, sentado en una humilde silla, con una boina por corona, convertido en vademécum andante. Le conocí ya mayor, pero saltaba a la vista que la solidez de su proyecto profesional no se debía a un golpe de suerte, sino a dicha concepción de vender libros como arte del pastoreo, de estar siempre ahí, de diferenciarlos, de saber a qué clase de lector estaban destinados. Normalmente, los lectores somos de varias librerías, como puedes tener más de una patria; en cambio, el fútbol y la política exigen de ti una militancia absoluta; o eres de estos o de los otros. Don Jesús tenía algo de personaje galdosiano, conversador en un mundo que ya apenas puede permitirse la conversación, recomendador de paraísos de papel en un mundo que apenas cree ya en ellos. Concebía la lectura como un compañero para el viaje bajo cuya luz espiritual formarse, de ahí que sus palabras sonasen impregnadas de reflexiones morales, aunque siempre manifestadas con sumo respeto a la discrepancia. Educado, accesible, religioso sin disimulos. Estaba en la librería sin proyectar jamás que estuviese vigilando con su sombra alargada. Fue un hombre que confío plenamente en sus hijos, en sus capacidades para modernizar el negocio, como así ha sido. Los libros, como los cuadros, no son cosas; como tampoco ser librero es una profesión más. Pueden cambiar ciertas formas externas, como consecuencia de la prisa, como un día se dejó de utilizar el sombrero, pero hay algo que nunca cambiará: toda librería es un Camelot, un país de Nunca Jamás, una Isla del Tesoro. Don Jesús, gran pastor leonés de libros. Descanse en paz, ya está en la Gran Biblioteca.

Fe de errores : Esta columna apareció publicada anteayer en Diario de León y en ella se mencionaba por error a Vicente Pastor en vez de a Jesús Pastor.

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