LA OPINIÓN DEL LECTOR (I)
Cuestiones de Perogrullo sobre los incendios (y VII)
Comunicaba a la Redacción de este periódico, nuestro Diario de León, que tal vez fuese aquella la penúltima perogrullada Courel sobre incendios. Por si fuere así, quiero que esta sea sonada: voy a permitirme criticar, desde mi humilde condición de militar de a pie, a la excelentísima señora ministra de Defensa, y a quienes corresponda del séquito que la acompañaba en reciente visita a una de las unidades militares creadas para la lucha contra incendios. Digámosle a la señora Carme Chacón —a quien me honro en felicitar efusivamente, desde aquí y ahora, por haber sido la primera dama española que ha llegado a ministrar un Ejército—que este humilde militar de a pie, se atreve a enjuiciarla, respetuosísimamente, eso sí, en un tema, de tan candente actualidad como son los incendios que están asolando a nuestra patria. En un texto que introducía una fotografía (cito de memoria, que no tengo a la vista el periódico) se divulgaba la cantidad asombrosa de hectáreas calcinadas por los incendios en lo que va de verano. Pero se afirmaba también (y aquí está el quid pro quo de mi réplica) que se habían arrojado una cantidad muy grande de toneladas de agua aerotransportada contra los frentes en fuego… Y esto es, con el mayor respeto y en vulgar paladín, una falacia, queridos compañeros: habréis echado desde los helicópteros e hidroaviones empleados todos los millones de metros cúbicos que queráis de vapor de agua, en forma de nube, tal vez coloreada para más inri, contra el frente incendiario; pero de agua, que es la que realmente apaga el fuego, ni un litro, queridos compañeros. Para echar agua sobre los incendios –que es el mejor y más barato cortafuegos, lo repetiré setenta veces siete— el o los helicópteros que se empleen han de situarse en la vertical del eje lineal del frente en llamas -como se hace espectacularmente cuando se trata de rescatar a un náufrago o a un montañero accidentado- y a la altura mínima posible de las mismas llamas, abrir compuertas al agua y distribuirla, como si de una regadera gigante se tratase, siempre con velocidades mínimas de desplazamiento, en función de los resultados, que el mismo piloto vaya observando. Si así se hiciere, habríamos ganado la batalla contra el fuego, sin más procedimientos de combate, espurios y peligrosos, que además de poner en peligro vidas humanas, son costosísimo e ineficaces… Si así lo hicieseis, si así lo viese experimentar, al menos, este insignificante militar de a pie, que se está desgañitando con sus perogrulladas Courel, sobre los incendios, se callaría de una vez, convencido de haber hecho un buen servicio. Pero, de no hacerse así, a Courel no le quedaría otro remedio que, el de implorar a todos los dioses del Olimpo, incluida la más antigua y egipcia Maat —diosa de la verdad y del orden en el mundo— que sean piadosillos con los responsables en el «juicio de los animales» a quienes hayan «infligido daños innecesarios…» Tema magistralmente traído a estas páginas recientemente por el doctor y catedrático leonés, don José-Román Flecha Andrés.