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León

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Al trasluz | eduardo aguirre

Ciertas proezas son triples mortales de la dificultad. La ministra de Cultura, González Sinde, condecorará en Pekín a Dong Yansheng, por haber traducido al chino El Quijote . Dado que esta lengua se me resiste un poco, me creo a pies juntillas las excelencias esgrimidas. Ya sólo traducir con cierta aproximación, no digamos ya con exactitud: «La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra hermosura», burla hacia Feliciano de Silva, que aparece en la obra cervantina, es hazaña digna de Lancelot. Además de concederle la Orden de las Artes y las Letras, habría que ponerle su nombre a una variedad de pisto manchego. Traducir es una actividad quijotesca, donde molinos y gigantes no siempre son discernibles. Nuestros abuelos leyeron con devoción los clásicos rusos, o eso creían, en pésimas traducciones refritas del francés; creían estar leyendo Crimen y castigo , pongamos por caso, y realmente se trataba de un crimen y un castigo, pero contra la filología. Una buena traducción nos convierte en ciudadanos del mundo; y no hay dos idénticas, ni de las obras de Homero, ni del argot de Chiquito de la Calzada. Por eso, debemos descubrirnos, quitarnos el yelmo de Mambrino, y brindar con bálsamo de Fierabrás, a la salud de Dong Yansheng, pues ha demostrado que a veces los sueños imposibles también se salen con la suya, aunque luego venga «la razón de la sinrazón» con sus rebajas. Parecía imposible traducir al chino El Quijote y no enloquecer en el reto. No ha sido la primera plasmación a este idioma, aunque sí, dicen, la mejor. En 1927, ya Zeng Zhenduo describió la obra así: «Empieza con risas y termina con oraciones». Y lo dijo en chino, que tiene más mérito, hasta para quienes son de allí.

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