Joaquín Ruiz Jiménez
La brújula | Fabián estapé
La fecha del 27 de agosto del 2009 permanecerá en la mente de muchos españoles porque después de soportar multitud de dolores y aun cuando su pesar ha contado con la existencia infatigable de los suyos, la hora que tanto temíamos llegó. Fue una hora rellena de ecos sin fin. Por esta razón, en las columnas del Diario de León incumbe la tristeza de trazar su obituario. Para comenzar diré que me honré y me honra dentro de mi entretela el hecho de que don Joaquín Ruiz Jiménez fue un hombre de una crecida grey de seguidores, y si se quiere de discípulos. Una grey de seguidores entre los cuales figuró la narración de episodios chocantes de la Guerra Civil. Los estudiantes de la Facultad de Derecho de la Universidad de Barcelona -”en visitas del ministro de Educación y Ciencia-” guardan el recuerdo de las explicaciones de la guerra. Un claro camino en el catolicismo sin tacha nos emplaza a Ruiz Jiménez, de 1958 a 1961 como embajador de España en el Vaticano; fueron años, sin duda, para recibir la fuerza de la inspiración del Pontífice Juan XXIII, ya que Ruiz Jiménez fue de los que creyeron como lluvia ardiente para fecundar el catolicismo en España. Un catolicismo que conocen determinados Jesuitas.
Pero el embajador de España en el Vaticano llegó cargado de ilusiones para desempeñar la cartera de ministro de Educación y Ciencia, que corrió en sus manos y en sus quehaceres de 1951 a 1956. Fue entonces en ese periodo cuando pudo encontrarse con José Luis Sureda para pedir y rogar del nuevo jerarca una nueva Facultad de Ciencias Económicas para Barcelona cuando sólo existía -”desde 1943-” la Facultad de Económicas de Madrid. Ruiz Jiménez nos escuchó, y muchas veces. Pero eran momentos difíciles en los que el ministro había de poner fin al menos al procedimiento ominoso de la depuración ,una especie de Inquisición en la que primaba la elección o como se decía: «Es masón el que ocupa mi peso en el escalafón». Y las envidias llegaban de cualquier recoveco. En una ocasión me dijo: «Mira, Estapé, en mi puesto verás que es más difícil recuperar a Arturo Duperier que crear una nueva facultad». No hace falta decir que los que esperaban la operación depuración llegaban a su fin lamentable. Mientras tanto Ruiz Jiménez, que contaba con el auxilio de Pedro Laín Entralgo, colaborador también de la decisión fundamental -”el 4 de mayo-” que dio paso a la facultad «inquieta e inquietante». Valga también la «notable revolución» que consistió en arrumbar el dominio secular, de suerte que las oposiciones a cátedra siguieran la pauta de la Segunda República, por obra y gracia de don Fernando de los Ríos, de quien guardan recuerdo e ingrato los actuales recovecos de una Universidad de Granada. Después de esos fructíferos cinco años, Ruiz Jiménez emprendió una labor de pedagogía política, con una realidad como fueron los Cuadernos para el diálogo . La impresión en los medios políticos que habían caído en la cuenta de que el importante cargo de Defensor del Pueblo seguía vacante y que, como señaló Felipe González, fue el primer Gobierno del PSOE el que, hecho el nombramiento, presentó cargo y titular a su Majestad el Rey Juan Carlos I.